Adviento
Todavía desconcertados por la celebración de la fiesta de un rey que, cuando le preguntan quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que la sirve, dice que es más importante el que la sirve, y que Él ha venido a servir… ¿pero qué rey es este?, bueno, pues todavía dándole vueltas a esto, se estrena el nuevo año litúrgico el domingo 1 de diciembre con uno de sus tiempos fuertes: EL ADVIENTO. Cuatro domingos en los que los cristianos católicos nos preparamos por el “adventus”, la venida del Redentor. Todas las confesiones cristianas celebran este tiempo, pero existen algunas diferencias entre ellas, por ejemplo, para los cristianos ortodoxos, el adviento dura cuarenta días, desde el 28 de noviembre al 6 de enero, y durante el mismo hay que guardar una abstinencia estricta de ciertos alimentos.
La noticia que esperamos es de tal envergadura que es necesario prepararse convenientemente para la misma, y lo tenemos que hacer todos los años, porque no llegamos a comprenderla del todo, y esto conlleva un peligro serio que es repetir lo de siempre.
Hace unos días, buscando frases sobre el adviento para una publicación parroquial, encontré una de un teólogo protestante (Dietrich Bonhoeffer) que pasó por la experiencia de estar prisionero en los campos de concentración nazis, que hablaba del adviento de la siguiente manera: “Una celda de una prisión en la que uno espera y espera, y es totalmente dependiente del hecho de que la puerta se abra desde el exterior, no es una mala imagen de adviento”. No es una mala imagen, ni mucho menos. Destaca muy bien la gratuidad de la venida, la cual nos dice a las claras cómo es el Dios en el que creemos. Pero, por otra parte, no sé cómo sería la espera de Dietrich, deseando que esa puerta se abriera, pero si sé que nuestra espera del acontecimiento del día 25 es una espera confiada, porque se asienta en la certeza de que seguro va a venir. Hace un par de domingos ya nos avisó que tuviéramos levantada la cabeza porque estaba muy cerca.
La preparación es para el acontecimiento más novedoso, original y escandaloso para algunos, como es el hecho de que Dios se haga uno como nosotros. ¿Cómo es posible? ¡No puede ser! Dios quiere compartir tanto lo humano, que casi se confunde con ello. El pesebre es la mejor manifestación de que el Dios cristiano se hace presente en lo pequeño y lo humilde y, por lo tanto, solo se podrá llegar a Él a través de gestos que demuestren esa pequeñez y esa humildad. No hay otro camino.
Para hacer nuestra esta lección nos harán falta más de cuatro domingos.
¡Feliz Adviento!