Algunos hombres buenos (II)

Fotografía: Pedro (Creative Commons)
Vamos a recordar hoy al segundo personaje diocesano de esos que hemos decido denominar como los “hombres del Vaticano II” y que forman un ramillete de personas que supieron asimilar una Iglesia que necesitaba cambiar de marcha, para llevar a cabo lo que siempre fue su opción: estar cerca de los hombres y mujeres de su tiempo (no con los de los siglos pasados) y de esas, sobre todo, con los más pobres.
Don Nicolás García González (Don Nico) (1927-2015), hijo de Miguel y de Feliciana, nace en Aldeanueva del Camino, su lista de cargos y destinos ocuparía toda la columna. Destaco una anotación de la información que me ha mandado Antonio, el todavía secretario del Obispado, que pone textualmente “Título Canónico de Ordenación: Servicio a la Diócesis”. Lo digo porque va a ser una de las opciones vitales de Don Nico.
El lema, la opción fundamental de la vida de Don Nico fue “Servicio, servicio, servicio; gratuidad, gratuidad, gratuidad y Diócesis, Diócesis, Diócesis” y todo ello, para ser fiel a una vocación que descubrió desde que ejercía de enfermero en el Seminario de Coria, como así lo manifiestan algunos compañeros, sacerdotes ahora, que sintieron o “sufrieron” la eficacia de sus recetas. Todo eso hecho sin buscar trepar en puestos, o mantenerse en ellos, sin buscar prebendas para satisfacer su orgullo reprimido, sino para ser fiel a la llamada de Dios que tenía completamente asumida.
Yo lo conocí, cuando llegó como director espiritual al Seminario en el año 1977, en el equipo de Don Juan Manuel Cuadrado. La dirección espiritual en los seminarios es un puesto clave, y muy delicado. Yo tenía buen recuerdo de sus predecesores, no tengo ninguna queja de ellos. Todos nos pedían que pasáramos por su despacho, para charlar y contarle un poco o un mucho nuestras inquietudes. Unos iban muchas veces, otros íbamos de vez en cuando y otros nunca.
La táctica de Don Nico era diferente, de pronto comenzamos a oír otro lenguaje, otras formas, él no nos decía que fuéramos a su despacho, si no que era él, el que venía a hablar contigo, y comenzaba preguntándote no por tu vocación, sino por nuestra familia, nuestro pueblo (que conocía bien), nuestras aficiones, qué pensábamos de las cosas… esto era novedoso para mí. Al final llegaba donde quería llegar, pero lo había hecho de otra manera.
Sus virtudes son ahora muy necesarias para nuestra Diócesis que se prepara para la llegada del nuevo Obispo.
¡Cuidaos mucho de las variantes!