La Iglesia debe hacer oír su voz ante la crisis
Fuente: Vida Nueva
Nunca en la historia reciente ha habido seguidas tantas malas noticias para el conjunto de la sociedad española. Esto se refleja de forma clara en la radiografía que acaba de hacer Cáritas Española en su informe Exclusión y desarrollo social en España. Análisis y perspectivas 2012.
Efectivamente, los golpes bajos de la crisis económica tienen contra las cuerdas a todo el país, que asiste atónito a la demolición de un sistema, al que se había llegado no sin pocos esfuerzos, basado en la igualdad de derechos y en la cohesión social.
Pues bien, todo eso ha empezado a cambiar. El estudio refleja que desde 2008, la realidad social de España confirma “una pobreza más extensa, más intensa, y más crónica”. Más extensa porque incrementa el número de hogares y personas; más intensa porque las situaciones de privación material y la dificultad de acceso a derechos básicos se ha acrecentado; más crónica porque no hablamos de situaciones de pobreza pasajeras, sino de años viviendo bajo el umbral de la pobreza, incluso en personas con empleo que siguen siendo trabajadores pobres”. El 22% de los hogares españoles está por debajo del umbral de la pobreza; la exclusión social afecta al 25% de la población; el 30% de los hogares tiene dificultades para llegar a fin de mes; en 580.000 hogares no reciben ingresos ni del trabajo ni de la prestación por desempleo. La tasa de paro es la más alta de la Unión Europea.
Pero esta realidad ha sido sepultada por otros datos no menos preocupantes, como la del incremento del déficit público, que amenaza con medidas de ajuste, que previsiblemente dejarán anticuados los datos del informe de Cáritas. Por eso, y con gran acierto, esta organización eclesial ha apuntado la llamada evangélica a una opción preferencial por los pobres, llamada que tiene que ser clara, valiente, decidida y urgente.
En una época donde se imponen los ajustes, los recortes y la austeridad, en donde asoma la tentación del “sálvese quien pueda”, corremos el peligro de olvidarnos de quienes están siendo la auténtica carne de cañón de este tremendo desaguisado.
Y toda la Iglesia, con sus organizaciones de caridad a la cabeza, tiene que seguir contribuyendo no sólo con su ayuda material, a paliar las necesidades de los más empobrecidos, sino a hacer resonar aún más su voz para convertirse en la conciencia crítica, cívica y solidaria que tantos le reclaman en estos tiempos de desolación.