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La Iglesia servidora de los pobres

Caridad

Fotografía: mira66 (Creative Commons)

Desde que San Pablo dijera que de las tres virtudes (fe, esperanza y caridad) la más grande es la caridad, desde que los padres de la Iglesia de los siglos II y III se atrevieran a manifestar que si hay cosas que a unos nos sobra es porque a otros les hace falta, la Doctrina Social de la Iglesia lo tiene claro, el centro de su acción es la persona y todo su hacer debe girar alrededor de la misma.

No se entiende entonces como en ocasiones nuestra querida Iglesia (salvo las excepciones, promovidas por el espíritu que siempre lo tuvieron claro) esta realidad no haya sido la que guiara todas sus acciones y decisiones. En la actualidad, una de las voces menos valoradas en todas la encuestas es la de los obispos, por eso muchos creen que cuando se hable de algunos temas sobran los análisis (que hay que hacerlos) y hay que poner por delante los hechos.

Digo esto, porque en la última reunión de la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal, se ha aprobado la instrucción pastoral “Iglesia servidora de los pobres”. Un muy buen documento, pero me temo que se va a quedar solo en eso. Nuestros pastores nos interpelan a todos los cristianos a estar cerca de los que menos tienen. Describen las situaciones de pobreza que la crisis ha propiciado: hogares con ancianos necesitados, el aumento de niños mal atendidos, mujeres con menos oportunidades a la hora de encontrar trabajo, el aumento de la violencia doméstica, la inmigración, los problemas en el mundo rural y en los hombres y mujeres del mar, la corrupción como motivo de desconfianza…

Entre las razones de la existencia de esta realidad, destacan la supremacía de la economía sobre otras realidades, el mercado como único valor de toda la actividad, y como consecuencia el desplazamiento del ser humano del centro de las decisiones importantes.

Se propone recuperar la importancia de la dignidad humana, mejor distribución de los bienes, el bien común como objetivo fundamental, la solidaridad, el derecho al trabajo digno y estable y evitar las tendencias totalitarias.

Si todo esto lo acompañamos con acciones y gestos que vayan a destinados a hacer realidad lo que se propone, estaremos en el buen camino, si nuestras decisiones son ambiguas y poco claras, nos costará recuperar la credibilidad perdida.