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Otra de Francisco

Papa Francisco

Fotografía: Catholic Church England and Wales (Creative Commons)

Este Papa será lo que sea, no sé como lo juzgará la historia, me imagino que será admirado por muchos y odiado por otros tantos. Lo que es cierto, es que su actuación no pasa desapercibida y sus decisiones dan para muchos comentarios. Es verdad que estamos comenzando, pero casi todas las columnas del presente curso lo han tenido de protagonista.

En plena canícula de agosto, el Papa Francisco modificó el Catecismo de la Iglesia Católica para declarar «inadmisible» la pena de muerte y sobre todo, para manifestar que la Iglesia asume la defensa de la vida por encima de todo. Ha sido el propio Pontífice el que ha reformulado el artículo (2.267) del catecismo que no excluía la pena capital en algunas circunstancias muy concretas.

El nuevo texto dice «la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo».

Las reacciones ante el hecho han sido de todas las clases y colores. Pienso que es una decisión acertada, porque simplemente va en la línea de una de las opciones fundamentales de la Iglesia: ser defensora de la vida. Y es defensora, siempre, no en algunos casos y según las circunstancias, no hay rebajas. SIEMPRE. Por eso la redacción antigua de este artículo no casaba con esa doctrina fundamental.

Destacando la importancia que tiene tal decisión, me parece que la misma tiene otro matiz más interesante aún. En la Iglesia hay ciertos sectores, a los que la palabra cambio parece que les produce ciertas reacciones alérgicas, sobre todo si no van en la dirección de lo que ellos proponen.

Por eso valoro la actitud papal que demuestra que hay cosas no solo que hay que cambiar, sino que necesariamente hay que hacerlo porque se puede y se debe. En una de sus últimas exhortaciones ya tiró por tierra ese argumento tan peligroso de “que siempre se ha hecho así”.

El Papa, con su decisión, nos anima a no tener miedo a los cambios, a dejar de lado, ciertas actitudes y prácticas que tienen poco que ver con lo que a la Iglesia se le exige en el tiempo que nos ha tocado vivir. Cambiar lo que hay que cambiar no lleva consigo perder la identidad, sino reforzarla.


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