San José de Anchieta
Evangelizador de Brasil, jesuita canario del siglo XVI, es modelo de misión, enculturación y promoción de la paz y la justicia.
El pasado 3 de abril, mediante decreto, el papa Francisco inscribió en el catálogo de los santos a un canario, a un jesuita y a un misionero del siglo XVI: el canario José de Anchieta (1534-1597).
El padre de este santo era vasco. Procedía de la zona de Azpeitia, donde se encuentra también Loyola. Llegó soltero a La Laguna (Tenerife). Era escribano, algo así como notario de la época. Y en ese arranque de la repoblación de Canarias con familias peninsulares, se da un plazo para que los solteros se casen y formen familia, Juan de Anchieta decide casarse con Mencía Díaz de Clavijo, una joven viuda que ya tenía dos hijos pequeños. Ella había nacido ya en Canarias, pero descendía de una familia extremeña. El primer hijo del nuevo matrimonio sería José, nuestro santo. Nació en la localidad tinerfeña de San Cristóbal de la Laguna el 19 de marzo de 1534.
Hay que imaginar que el joven José tuvo una notable formación humana y cristiana, porque a los 14 años es enviado a la Universidad de los jesuitas en Coimbra (Portugal) donde mostró un excelente nivel. Nunca volvió a su tierra natal. Con 17 años ingresa en el noviciado de la compañía. Después de dos años de noviciado, en 1553 se embarca rumbo a Brasil. Celebran misa en su nuevo asentamiento el día de la conversión de San Pablo, había nacido lo que hoy conocemos como Sao Paulo. Se integra en la cultura brasileña, lo que no le impide trabajar por abolir costumbres poco humanas.
Algunos autores colocan a este nuevo santo a la altura de Bartolomé de la Casas o Francisco de Vitoria a la hora de trabajar a favor de los derechos de los indígenas pisoteados sin reparo por los conquistadores portugueses, españoles o franceses. La gran diferencia de estos con Anchieta es que él se entregó a ellos sin volver nunca a Europa, hasta dejar allá su vida en 1597.
Se da la circunstancia que este santo ha sido promovido a la santidad por expreso deseo del papa Francisco, aunque no conste ningún milagro que se le atribuya. El papa puede promover a alguien como modelo de reconocida santidad sin que exista tal milagro.