Domingo de la Exaltación de la Cruz
JUAN 3, 13-17. En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
El catorce de septiembre celebra la Iglesia la fiesta de la Exaltación de la Cruz, en algunos pueblos y lugares con mucha solemnidad, al coincidir en domingo dicha fiesta prevalece sobre la celebración del domingo correspondiente, por eso las lecturas que acabamos de escuchar y leeremos este fin de semana serán las de esta fiesta no las del domingo.
Celebrar la fiesta de la exaltación de la cruz, puede que sea un gesto no entendido por muchos, incluso algunos pueden pesar que no estamos muy bien. Es más, a nosotros mismos muchas veces puede invadirnos el desasosiego, llegando a pensar si Dios no tendría una situación de vida un poco más suave que ofrecernos. Es verdad, en tiempo de crisis, de sufrimiento, de dolor y de penas para muchos, el hablar de cruz puede que se llegue a creer que es demasiado.
Sin embargo las cosas son así porque en definitiva lo que celebramos es la fiesta del Amor de Dios. Un amor tan grande que efectivamente podemos llamarlo “la locura del amor de Dios”. El amor llevado hasta el extremo es aquel que es capaz de dar la vida por lo que se quiere, eso es lo que hizo Jesús por nosotros, y es lo que también hacen esas personas, no muchos, pero que son capaces de dar su vida por lo que lo necesitan, por los demás. La cruz rompe de un plumazo con la idea de cualquier proyecto de salvación que tenga como referencia la comodidad, el egoísmo y la buena posición. Aquel que quiera descubrir el verdadero plan de Dios, ya sabe cual es su ingrediente fundamental, la cruz.
Ahora bien, hay que desterrar la idea malsana del sufrimiento que es aquella que dice que Dios quiere que lo pasamos mal aquí, para después tener premio en la otra vida, nada de eso, decimos todos los domingos que Dios quiere nuestra felicidad y nuestro bien, y por lo tanto no desea nuestro dolor y sufre cuando nosotros sufrimos. Entonces ¿cómo entender esta aparente contradicción?
La cruz de Jesús nos habla de un Dios que se ha sumergido en el dolor, por eso comprende perfectamente el nuestro, y no invita a cargar con nuestras cruces, ¡que cada uno las tiene!, con la misma dignidad que el lo hizo. La cruz de la que habla Jesús es aquella que es consecuencia de vivir como el quiere que vivamos ¿cómo? Desde la solidaridad y la cercanía en el dolor de aquellos que tenemos cerca y sabemos que nos necesitan y desde asumir el dolor que puede haber en nuestra vida como un instrumento de crecimiento y de maduración personal, y no como motivo de desesperación, de angustia y de miedo.
Podemos pasarnos toda nuestra vida protestado y no aceptando tanto las cruces personales como la ajenas, pero sería olvidar que aunque no nos guste quedarnos del lado del dolor, precisamente allí es donde esta Jesús de una manera especial. Allí es donde esta su verdadero mensaje de Salvación.
Es este un mensaje duro, difícil y solo se puede aceptar desde la reflexión y la oración personal, no hay otro camino. Por eso como nuestro compromiso la mayoría de las veces es mediocre y poco comprometido tiene muchos problemas y dificultades para poder aceptar esta realidad, e intentamos quitárnosla del medio cada vez que podemos y pensamos en otras cosas que son mucho menos exigentes.
Por eso en este domingo en el que Jesús nos pregunta si queremos cargar con nuestras cruces, como El hizo con la suya, tenemos la oportunidad de responderle con un poco mas de generosidad, con un poco más de entrega a cómo lo hacemos la mayoría de las veces.
Se lo pedimos al Señor, hoy como siempre primero para nosotros, porque nos consideramos muy lejos de aceptar estas palabras fuertes y exigentes, se lo pedimos de verdad y de corazón, lo hacemos al tiempo que recordamos a todas las personas que sufren, a los enfermos, a los que no tienen a nadie que les quiera, para que siempre encuentren en nosotros consuelo y acompañamiento en su dolor.