Domingo II de Adviento (B)
MARCOS 1, 1-8. Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti para que prepare tu camino». Una voz grita en el desierto: «Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos». Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Aprovechando esta actitud de espera ante el próximo nacimiento de Dios, el apóstol Pedro utiliza la ocasión y reflexiona en la segunda lectura que hemos escuchado, sobre la venida al final de los tiempos. Después de la muerte de Jesús muchos pensaron que esa venida era inminente, y como quiera que iba pasando el tiempo y no sucedía, Pedro argumenta la tardanza con la paciencia de Dios, que espera nuestra conversión. Pedro reafirma la caducidad de este mundo imperfecto y pecador, y anuncia la esperanza en un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia, la caridad y la paz. Entretanto, el apóstol exhorta a los destinatarios de su carta a esperar esa llegada viviendo según la voluntad de Dios, es esta la mejor actitud para esperar los acontecimientos futuros.
El evangelista Marcos, identifica la voz que clama en el desierto con la persona de Juan el Bautista. Y nos lo presenta en el desierto, un lugar de prueba, de revelación, de encuentro personal, a solas, con Dios. Las vestimentas son las propias de un profeta. Su alimentación es la única que el desierto puede ofrecer, libre de manjares y otras seguridades. El mensaje que predica es la conversión de los pecados. La gente que acudía a él, lo hacía ansiosa de una religión diferente, distinta al judaísmo oficial. Juan realiza un rito de purificación con el agua del Jordán sobre aquellos que acuden a él y, sobre todo, les anuncia la llegada de otro que los bautizará de otra manera. Su llegada inaugurará una nueva creación, un tiempo nuevo presidido por la paz, el derecho y la justicia. La figura de Jesús encarna ese nuevo tiempo, esos nuevos valores, y ese Jesús está ya presente y nosotros vamos a recordar de nuevo su llegada.
En este segundo domingo de adviento, la Iglesia nos anuncia la venida definitiva del Señor al final de los tiempos y nos invita a aguardarlo con una esperanza viva, haciendo vida en nosotros la voluntad de Dios. La espera pasiva, la espera de brazos cruzados no es una espera cristiana. La fe en el mas allá nos hace trabajar más duramente por construir un reino de paz aquí y ahora. El cristiano intenta adelantar esa nueva creación cada día, cada minuto de su existencia; se compromete con ella y actúa haciéndola realidad en el momento actual.
En este día también, el Bautista nos señala con el dedo al que es el Ungido de Dios, al que es nuestra salvación. Como aquellos hombres y mujeres que acudían al Jordán, escuchemos hoy también nosotros el mensaje de Juan. Pongamos por delante un deseo sincero de Dios, un deseo sincero de conversión de las cosas que hay en nosotros y que necesitan ser convertidas, y abrámonos a la posibilidad de un mundo nuevo más acorde al plan de Dios, a una esperanza fundamentada en el mensaje que Jesús nos trae y que es capaz de cambiar nuestra relaciones interpersonales, fundadas la mayoría de las veces en el egoísmo, la vanidad y los pocos deseos de perdón.
“Preparad el camino al Señor” esa el la invitación que nos hace hoy el Bautista. ¿Qué caminos en mi vida necesitan ser preparados?, ¿cuánta maleza necesito desbrozar?, ¿cuántas piedras necesito quitar? Nos cansamos con nuestros pequeños y grandes egoísmos; nos adaptamos al ambiente y tememos ser distintos; nos integramos en el sistema y acallamos todo lo que suene a cambio. Juan Bautista nos abre los ojos ante esta situación y su denuncia nos hace sentir cosas nuevas. Dejemos que el espíritu de la Navidad sople sobre este viejo tronco que somos cada uno de nosotros y haga resurgir la vida.
En este camino del adviento, le pedimos al Señor que nos de la valentía para esperarlo como se merece, sabiéndolo reconocer no donde algunos quieren hacernos creer que se encuentra, sino donde verdaderamente está, en la gruta de Belén y en el corazón de las personas, se lo pedimos al tiempo que recordamos y pedimos por las personas que queremos, pedimos también por los que están solos o enfermos, por aquellos a los que en este tiempo también les faltarán las muestras de cariño tan propias del mismo.