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Domingo II de Adviento (C)

Juan el Bautista

LUCAS 3, 1-6. En aquel tiempo, en el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Triconítide, y Lisiano virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios».


Segundo domingo de Adviento, segunda etapa de este discurrir hacia el portal de Belén, segunda vela que encendemos en nuestra corona, segundo paso que damos en este caminar sencillo, humilde, pero sincero, comprometido, intenso, que quiere llevarnos a hacer realidad en nuestra vida lo que la auténtica Navidad significa, y, sobre todo intentando dejar de lado poco a poco todas esas cosas que no son la Navidad y que algunos interesados todos los años inventan cosas nuevas para hacer de estos días unas fiestas del derroche, del consumo exagerado y del gasto sin medida. La Navidad solo significa que Dios va a nacer de nuevo en el corazón de aquellos que quieran o se atrevan a descubrirlo en el portal.

Los protagonistas del Adviento no somos nosotros, cuando cada uno a la medida de su esfuerzo y de sus posibilidades, intenta cada año realizar este camino de conversión con sus luces y sus sombras, el verdadero protagonista no es él si no que es Dios, ese Dios que no tiene reparo en venir las veces que haga falta para ganarse nuestra confianza, para sentirse cerca de nosotros, para estar a nuestro lado aunque nosotros lo rechacemos, es ese Dios de la parábola del Hijo Pródigo que sale cada día por ver si su hijo se decide a volver. Él es el verdadero protagonista.

En el recorrido del Adviento nos encontramos con una serie de figuras que pueden ayudarnos a andar el camino iluminándonos con su ejemplo y por su fidelidad a la hora de saber esperar a Jesús que viene. Una de esas figuras es, sin duda, Juan el Bautista, un personaje que siempre vuelve a casa por Navidad, porque es únicamente en este tiempo cuando se le recuerda. Juan el Bautista es un hombre austero, sacrificado, valiente, hijo de Isabel y de Zacarías y primo del Señor, un hombre sufrido que supo preparar el camino del Señor, que supo anunciar la venida del Mesías. Y que supo quitarse él del medio y dar paso a Jesús, porque el protagonista era el que venía detrás de él.

Cuando el Espíritu cree oportuno dispone con gran libertad, que la palabra de Dios tome posesión de la vida de hombres concretos, son los profetas, que siempre y en todo tiempo son los altavoces de Dios. Su fortaleza les viene de lo alto, es el espíritu quien los mueve, por eso son insobornables, nunca se mueven por sus intereses personales. Cada profeta cumple su misión concreta, según los tiempos, según los hombres y según los planes de Dios. Juan fue preparado por Dios para anunciar la llegada de Jesús, su mensaje en medio de la sociedad desmoralizada de su tiempo, pretendía despertar la esperanza y la ilusión a través de la conversión sincera.

Y hoy Dios nos llama también a nosotros, a los que estamos aquí, a la conversión, Dios nos llama a la esperanza. Dios por la palabra de Juan anuncia, que preparar el camino al Señor, es lo mismo que realizar esfuerzos para allanar los caminos torcidos y tortuosos de la vida. Dios, por tanto, nos pide también que nosotros los cristianos que con nuestro ejemplo y nuestras obras seamos transmisores, de la necesidad de construir un mundo distinto al que vivimos, donde la palabras paz, respeto, solidaridad, diálogo se conjuguen y aparezcan más veces entre nosotros de lo que ahora lo hacen. En este camino del Adviento, el Señor quiere que nosotros también seamos constructores de un mundo nuevo, el sólo no lo puede conseguir necesita de todos y de cada uno de nosotros.

El Señor quiere que allanemos los caminos y derribemos los muros que separan a las personas, quiere que mejoremos nuestras relaciones y nos llevemos mejor los unos con los otros, preparemos el camino al Señor construyendo entre todos un mundo más justo y más humano, allanemos los senderos intentando siempre hacernos la vida un poco más feliz. Este seria un buen propósito para el Adviento que estamos viviendo y que queremos aprovechar al máximo. Y no cabe duda que éste es el único camino que nos llevará hasta el portal.

Le pedimos al Señor que nos ayude en esta tarea en la que queremos comprometernos y lo hacemos al tiempo que pedimos y recordamos a los que menos tienen, a los que están solos o enfermos, a los que estos días les va a faltar lo mas importante, sentirse queridos por los demás.


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