Domingo II de Cuaresma (B)
MARCOS 9, 2-10. En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas». Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos.
Seguimos en el camino cuaresmal, segundo domingo, segundo paso hacia la Pascua, nos sentimos más identificados con ese Jesús que camina hacia Jerusalén y con su historia, historia que no termina en la cima del calvario, sino el la tumba vacía, señal de su triunfo, señal de que tenía razón, señal de su resurrección, en la noche de la Vigilia Pascual tendremos ocasión de celebrarlo.
“Aquí me tienes”, es la expresión confiada de Abraham ante el mandato increíble del Señor. Estoy seguro que Abraham sabía que Dios no le iba a permitir sacrificar a su hijo, pero el valor de su conducta está en haber obedecido al Señor. Esta respuesta debe servirnos de ejemplo a la hora de aceptar lo que Dios tiene escrito en la vida y en la historia de cada uno. Debemos tener esta actitud, porque a través de ella, Dios nos cita para salvarnos y para que demos testimonio de nuestra fe, esa fe que necesita ser renovada cada día, no se puede vivir del pasado, sino que hay que alimentarla continuamente. Nos hemos preguntado alguna vez ¿Cómo reaccionamos nosotros cuando la vida nos pone ante la misma situación de Abraham? Este texto también puede ayudarnos a pensar en aquellas cosas, pequeñas y grandes que hay en mi que el Señor me pide que le sacrifique, y que yo no estoy dispuesto a hacer. ¿Cuántas cosas hay en mi que yo me niego a sacrificar al Señor?, buena pregunta, seguro que descubro muchas.
En la cumbre de la montaña, Pedro, Santiago y Juan contemplaron la gloria del que existía desde el principio, la vieron con sus ojos y quedaron prendados de su belleza. La transfiguración es como un remanso de paz en el camino lleno de dificultades hacia Jerusalén. Para comprenderla bien podemos pensar en esos momentos en los que sentimos una paz y una tranquilidad en medio de los problemas, nos gustaría que no acabaran nunca. Fue un experiencia cumbre, anticipo de otra mayor aún, la de la Pascua. Aquella experiencia singular se inició sorprendentemente por gracia de Jesús. Él quiso revelarse en profundidad a aquellos tres amigos suyos.
También nosotros, ayudados de la fe y de la gracia del Espíritu, podemos asomarnos con ansia y temor a la presencia de Jesús resucitado. Viene en nuestra ayuda el testimonio apostólico de la Iglesia: que nos dice que “Jesús vive” porque “Dios lo ha resucitado y nosotros somos sus testigos”. Viene en nuestra ayuda, las mismas palabras del Señor que anuncian su nueva presencia entre nosotros: “Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo” o también “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Para ver su gloria, tenemos otros puntos de encuentro, por ejemplo, el de aquellos con los que Él se identifica: “tuve hambre, tuve sed, estaba enfermo, y me fuiste a ver…”, en ellos también se puede descubrir al Señor, claro que esto es un poco mas difícil.
En todos estos casos se requiere mucho espíritu de fe y de contemplación, además de la gracia de Dios para poder verlo y reconocerlo. El camino estrenado por los primeros testigos de la resurrección ha quedado abierto para todos los que hemos de creer sin haber visto, ellos nos precedieron, nosotros podemos tenerles como referentes y como guías de nuestro seguimiento.
La cuaresma es el tiempo de dejar el valle y subir a la montaña en busca de soledad, de silencio y de contemplación. Es un tiempo especial para escuchar la Palabra y dejar que se asiente en nuestro interior como fermento de conversión y de vida nueva, y aceptando que esa palabra nos va a mantener en las nubes, sino que nos va a empujar después a la vida diaria, a nuestro trabajo cotidiano, a nuestra realidad más cercana.
“Éste es mi Hijo amado; escuchadlo”, estas palabras del Padre, deben llegar a nuestro corazón como un mensaje de consuelo, de esperanza y de exigencia. En este mundo nuestro, el Padre nos estimula a escuchar a su Hijo. Tenemos su palabra en el evangelio, sus obras son signo de lo que decía, de modo que nosotros podemos actualizar su vida y su doctrina. Hagamos que nuestro corazón sea más dócil en este tiempo y se deje interpelar por lo que Dios nos dice.