Domingo IV de Cuaresma (B)
JUAN 3, 14-21. En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
Estamos ya en el cuarto domingo de Cuaresma, poco a poco nos vamos acercando a los días señalados de la Semana Santa, nos vamos acercando a la celebración de la Vigilia Pascual, al domingo de resurrección, nuestra obras deberían ir demostrando que ese espíritu de conversión cuaresmal va calando en nosotros.
El autor de libro de las Crónicas, en la primera lectura, nos narra con minuciosidad y detalle los acontecimientos que en el siglo VI antes de Jesucristo pusieron fin al Reino de Judá. Con una cierta tristeza cuenta la destrucción de la ciudad y de sus símbolos sagrados. Todo un mundo se hunde, toda una época se acaba. Al leer esta lectura recordaba la ilusión y la esperanza que tenemos en que las cosas pueden ir mejor en nuestro mundo. Pero los sucesos diarios: atentados, injusticias, inocentes que mueren sin saber porqué, gente que se aprovecha del pobre de forma descarada, solo para acumular mas, nos despiertan del sueño. Y es que los cimientos sobre los que se ha construido y se sigue construyendo nuestro mundo están llenos de grietas: las de la desigualdad y la explotación de las personas y de los recursos, las del vacío interior y la superficialidad, las del individualismo y la falta de conciencia moral. La humanidad se enfrenta a nuevos retos. Retos en los que saltan chispas y confrontaciones. Estos retos necesitan soluciones nuevas y nuevos modos de enfrentarnos a ellos, pero manteniendo los fundamentos, lo esencial de la fe. Nuestra fidelidad al evangelio de Jesús nos exige quitarnos de encima todo lo hay de rutina que tanto nos paraliza. Y recodar siempre que Jesús no vino a condenar sino a salvar, y a hacernos sentir la serena presencia de un Dios que se ha hecho uno de nosotros.
Cuando estamos atravesando un mal momento, cuando parece que nada nos sale bien, cuando incluso parece que hemos perdido el sentido de lo que hacemos, si tenemos la suerte de encontrarnos con alguien que nos dice algo que nos agrada, cuando alguien, por ejemplo, nos dice que nos quiere, o que está a nuestro lado, parece que eso nos da ánimos, y comenzamos a ver las cosas de otra manera. Esto que podemos certificar que pasa en nuestra vida diaria, es lo que el apóstol Pablo nos ha dicho en la segunda lectura, nos ha dicho simple y llanamente que Dios nos quiere con todas las letras. Y nos quiere por encima de lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer. Y esto es una gran noticia para los que creemos en él. A pesar de todo, a pesar de que muchas veces parece que no lo veo posible o que no es así: Dios me quiere, y me lo va a demostrar una vez más, entregando su vida por mí, que es lo máximo que puede hacer alguien por otro.
El evangelio de hoy nos presenta la Cruz como uno de los puntos de reflexión de este tiempo cuaresmal. La cruz que será el centro el día de Viernes Santo. Esa cruz que nos cuesta tanto asimilar, y que nos cuesta tanto llevar cuando aparece en nuestra vida. Esa cruz hacia la que levantamos nuestra mirada reconociendo nuestras flaquezas ante la misma, y solicitando su ayuda y su misericordia. Esa cruz en la que intentamos ponernos primero cada uno de nosotros, y después intentamos ver a todos los que crucificamos con nuestra palabras, con nuestros actos, con nuestra malas intenciones; a todos los crucificados por el dolor, la injusticia, la falta de caridad y de atención por parte de los que deberíamos hacerlo.
Seños síguenos ayudando en nuestro camino hacía la Pascua, danos entrañas de misericordia para que sepamos descubriste en el hermano mas necesitado, así nos prepararemos como es debido para celebrar tu pasión, muerte y resurrección.
Se lo pedimos al Señor, y lo hacemos con la confianza de que él siempre nos escucha, por eso nos presentamos primero nosotros, por sentirnos necesitados, después presentamos a todas las personas que queremos, las cuales sentimos cerca de nosotros aunque no lo estén físicamente. Y también presentamos a todos los que sufren, a los enfermos, a los que están solos, a todos los que necesitan de nosotros y nosotros, comprensiblemente les damos de lado.