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Domingo IV de Pascua (A)

El Buen Pastor

JUAN 10, 1-10. En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».


Siempre, el cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor, un domingo escogido por la liturgia para reflexionar sobre esta imagen tan popular en la Iglesia y para pedir por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Al utilizar esta comparación Jesús nos da de nuevo una lección al acomodarse a la hora de hablar a los que recibían el mensaje, usando imágenes y símbolos que ellos entendían perfectamente. Estoy seguro que los que le escucharon entendieron sin ningún problema lo que Jesús les quería comunicar con estas palabras, porque entendían perfectamente lo que era un pastor.

En la historia del arte cristiano, especialmente en las catacumbas romanas, la imagen del Buen Pastor referida a Jesús, es anterior y más preferida que la imagen del crucificado. El arte y la piedad popular la pintaron y esculpieron en infinidad de monumentos, esta página evangélica estuvo muy presente entre los primeros cristianos que representaron a Jesús como el Pastor que cuidaba de los suyos y los guiaba a los buenos pastos. La imagen que Jesús se atribuye, no deja de suscitar en nosotros, sentimientos de amor, seguridad, fortaleza, alegría porque sabemos que El no nos defrauda. Es una buena imagen para representar a Jesús como centro y guía de los que quieran seguirle. Una imagen que también ha sido muy utilizada por todos los maestros de espiritualidad para realizar reflexiones y meditaciones que han calado hondo en el corazón y en la mente de muchos cristianos.

Pero, estamos en el siglo XXI y a nuestra puerta están llamando constantemente cantidad de nuevos pastores que nos invitan a seguirles, nos ofrecen quizá un mensaje que nos resulta atractivo, aparentemente beneficioso para nosotros, con cosas que nos entran por los sentidos casi sin darnos cuenta, y nos prometen la felicidad, la satisfacción, el bien estar, una buena posición. Cosas y consejos que nos tientan tan fuertemente que muchas veces nos decidimos a seguirlos.

No digo que abandonemos totalmente al Buen Pastor, no, si lo hubiéramos hecho no estaríamos aquí, en la Eucaristía del domingo, no seguiríamos pidiendo los sacramentos, no seguiríamos rezando los unos por los otros, o por los que ya no están. Pero si hacen que nuestra relación con el Buen Pastor se enfrié notablemente, y mi condición de persona creyente y hombre o mujer de fe, quede reducida a la mínima expresión, o sea que lo que influye ese Buen Pastor a la hora de ser el guía de mi vida sea cada vez menos decisivo y menos importante.

Quizá el defecto mayor de muchos creyentes de hoy, es que nuestra fe pesa e influye cada vez menos a la hora de tomar las grandes decisiones de nuestra vida, no es tenida en cuenta cuando debemos decidir sobre algo determinante.

Una de las características de este pastor es que no fuerza a nadie a seguirlo, no nos obliga, los que nos decidimos a ir tras él es porque hemos querido, porque hemos descubierto que seguirle merece la pena, lo que nos pide entonces es que seamos mas consecuentes con lo que esa opción significa, es que seamos mas serios a la hora de demostrar con palabras y con hechos lo que nos nuestra fe nos exige. Por eso en este cuarto domingo de Pascua, me sigo cuestionando ante el Señor, la profundidad de mi seguimiento, la hondura de mi fe, y la coherencia de mi conducta.

Hay una petición que también deberíamos acostumbrarnos a pedir todas las semanas: Señor auméntanos la fe. Porque al final el problema es ese la debilidad de nuestra fe, la debilidad de nuestra opción por él.

Unidos a toda la Iglesia, en la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones pedimos que el Señor siga suscitando hombres y mujeres dispuestos a seguirle. Y como la oración siempre tiene que intentar ser por personas concretas, pedimos por las personas vocacionadas que conocemos: sacerdotes, religiosos, religiosas.

Al mismo tiempo seguimos recordando a los enfermos, a los pobres, a los que sufren cualquier tipo de violencia de forma injusta para que encuentren en nosotros a aquellos que sean capaces de ayudarlos en su situación…


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