Domingo IV de Pascua (B)
JUAN 10, 11-18. En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».
El cuarto domingo de Pascua la Iglesia nos presenta a través de la liturgia la imagen del Jesús como el Buen Pastor, nos invita a reflexionar y rezar por las vocaciones, y quiere que, como telón de fondo de todo ello, continúe presente en nosotros el espíritu pascual con que vivimos cada domingo, pero muy especialmente en estas fechas, espíritu pascual que lleva consigo el vivir con alegría la noticia de la resurrección del Señor. No son, pues, pocos motivos como para que no podamos sacar varias ideas para nuestra reflexión dominical.
Yo soy el Buen pastor que da la vida por las ovejas. Jesús en todo su evangelio insiste en esta idea que repetirá muchas veces: dar la vida por los suyos. ¿Qué entendemos por dar la vida? Uno se desvive, da su vida, cuando es capaz de vivir la entrega a los demás, a través del cuidado, la ternura, el amor, la cercanía, la presencia física junto a los otros. El amigo se desvive cuando no considera una pérdida de tiempo el estar horas y horas con aquel que lo necesita. Todos entendemos la diferencia entre un pastor y un asalariado, entre un amigo y un conocido, entre un padre o una madre o alguien que nos cuida por compromiso. Por tanto, una primera idea puede ser ésta: ¿somos lo que decimos ser: padre, amigo, pastor, o nos conformamos con cumplir sin dar la vida en cada cosa que hacemos?
El asalariado, el que no es pastor, ve venir al lobo y huye. También en el lenguaje cotidiano sabemos lo que significa “verle las orejas al lobo”. Se las vemos siempre que nos sentimos amenazados: cuando alguien quiere robarnos nuestro tiempo libre, o cuando nos pide ayuda alguien que nos resulta molesto, o cuando la indiferencia hace que no nos impliquemos y no tomemos postura frente a cosas que deberíamos tomarlas… le vemos las orejas al lobo cuando intuimos que se nos van a complicar las cosas, y entonces nos echamos para atrás, nos arrugamos ante las previsibles dificultades. Jesús, el auténtico pastor, no salía corriendo sino que prefirió dar la vida, prefirió estar cerca de los que lo necesitaban, prefirió dar la vida por todos. ¿Y nosotros: aceptamos el riesgo, nos esforzamos, o estimamos tanto nuestra propia vida que cuando intuimos que algo nos la va a complicar desaparecemos?
Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen. Cuando decimos que conocemos a alguien sabemos contar mil y una cosas sobre él, si alguien nos pregunta ¿cómo es tu mejor amigo?, seguro que no pararíamos de hablar durante un buen rato: sus aficiones, sus virtudes, sus defectos, sus ilusiones. Pero como cristianos, si nos preguntaran ¿cómo era Jesús? ¿qué diríamos?, quizás nos quedáramos muy cortitos: que si era el Salvador, que si Dios hecho hombre, quizás frases aprendidas, muy cargadas de verdad, pero no sé si demuestran que efectivamente lo conocemos.
En el Domingo del Buen Pastor, coloca la Iglesia la jornada mundial de Oración por las vocaciones. Una nueva invitación a sensibilizarnos ante el problema de la escasez de las mismas, y recordar nuestra obligación de rezar por ellas. Lo que cambia el corazón de las personas y nos convierte no son solo las palabras, las ideas o las razones, sino la escucha de la voz del Buen Pastor y la confianza plena en Él, una escucha en la que continuamente nos está haciendo una invitación a ser misericordiosos como Él lo fue. Los valores tan fundamentales como el amor, la bondad, la justicia, la misericordia, tienen que estar encarnados en la vida concreta, no pueden quedarse en meras aspiraciones, o deseos irrealizables. Existe el amor cuando hay personas vivas que se quieren y se aman; existe la bondad cuando hay personas buenas, que hacen las cosas sin intereses ocultos o inconfesables; existe la justicia cuando las personas viven de manera justa en sus relaciones con la gente con la que se encuentran y con las que se relacionan. Ser misericordioso hoy, significa aportar y vivir el amor verdadero que el Buen Pastor nos mostró con su ejemplo.
Señor al tiempo que te pedimos por todas las vocaciones religiosas, seguimos presentándote de forma especial a las personas que queremos, y a todos los que sufren, están solos o enfermos.