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Domingo IV del Tiempo Ordinario (B)

Jesús en la sinagoga

MARCOS 1, 21-28. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él». El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen». Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.


La primera lectura que hemos escuchado de libro de Deuteronomio, viene a decirnos que Dios se comunica con nosotros de muchas maneras, puede hacerlo a cada uno en el interior de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestra conciencia, pero normalmente suele utilizar a personas que nos trasmiten su palabra, personas que hacen de mediadores entre Él y nosotros, son los profetas en el Antiguo Testamento, o los sucesores de los apóstoles, sus ministros, en el Nuevo. La lectura nos ha recordado que Dios pone su palabra en boca de ellos, pero estos tienen que saber que no hablan en nombre propio, sino en nombre de Dios, y eso es una responsabilidad muy grande, por eso nos pone en guardia ante los que no son fieles a esta misión “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no he mandado, es reo de muerte”, hemos escuchado en la lectura del Antiguo Testamento.
 
Toda persona religiosa, todo hombre de fe, el creyente, el cristiano, es siempre alguien que tiene que estar en disposición de escucha, siempre abierto a lo que Dios le pueda decir. Cuantas ocasiones nos paramos ante el Señor esperando escuchar su palabra, entramos en un templo, o en el silencio de nuestra habitación, callamos para escuchar, y pedimos al Espíritu poder oír su voz, y notamos como la serenidad toca nuestra alma y salimos reconfortados, o parece que encontramos salida a lo que nos parecía que no la tenía, esta experiencia de Dios la podemos haber sentido y seguro que la hemos compartido con mas personas.
 
Pero no siempre es así, no siempre es todo tan idílico, tan fácil o tan sencillo. A veces se hacen demasiado prolongados los silencios de Dios, demasiado prolongados. Nos gustaría escucharlo más veces. Y el Señor nos pide constancia y perseverancia. Otras veces, y esto es más peligroso, es muy fácil manipular nuestra oración y escuchar no lo que Dios nos dice, sino lo que nosotros queremos oír. Y cuando la palabra nos resulta demasiado exigente, podemos caer en la tentación de descafeinarla, hacer que sea un poco más llevadera; sobre todo, cuando esa palabra va directamente contra lo que son mis pecados más inconfesables, aquellos que solo Dios y yo sabemos. Entonces nos hacemos los sordos, buscamos excusas, hacemos como si no oyéramos, o nos volvemos sordos de repente. Manipulamos la palabra de Dios en favor de lo que son únicamente nuestros intereses.
 
El Evangelio nos ha dicho que los contemporáneos de Jesús estaban admirados porque hablaba con autoridad, porque sabía lo que decía. Como dijimos al principio, Dios nos pide que escuchemos a los profetas, pero tenemos que saber diferenciar lo que viene de Dios y lo que no viene de Él. ¿Por qué los contemporáneos de Jesús se admiraban de lo que decía?, porque veían en el a un hombre-Dios sencillo, que se acercaba a la gente, que no hacía deferencia entre los que recibían su palabra, que estaba abierto a todas las personas: los samaritanos, los leprosos, los que eran mal vistos en la sociedad de entonces, que hablaba con autoridad, pero con la autoridad de la coherencia, ¿cómo hablar del amor sin amar?, ¿cómo hablar de respeto sin respetar?, ¿cómo hablar de la fraternidad cuando uno se considera superior a los otros? Por eso cuando oímos a los profetas de hoy, si no es religioso preguntemos ¿vive según lo que dice, es coherente, o va buscando su provecho, o el de los suyos? y si es religioso preguntemos ¿dice lo que Jesús diría, o dice lo que le interesa?
 
Ojalá la palabra de Dios de este domingo, nos haga ser más oyentes o escuchantes de lo que Él quiera decirnos, o directamente al corazón, o a través de las personas encargadas de hacerlo.
 
Le pedimos al Señor que nos de fuerza para saber sentirlo en las cosas diarias que hacemos, en nuestro trabajo, en las personas que queremos o con las que nos encontramos. Se lo pedimos los unos para los otros. Y lo hacemos al tiempo que recordamos a los que sufren, a los que están solos o enfermos, a los que no tiene a nadie que les quiera, a los que le falta el cariño imprescindible para poder vivir.