Domingo V de Pascua (B)
JUAN 15, 1-8. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que de más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Vienen las lecturas de este domingo cargadas de contenido, contenido que nos viene muy bien para hacer nuestra reflexión personal, y llegar a algunas conclusiones que nos valgan después a lo largo de la semana, para intentar llevarlas a la práctica en nuestra vida de hombres y mujeres de fe en este tiempo concreto que nos ha tocado vivir.
Si el domingo pasado Jesús era el buen Pastor que da la vida, conoce y cuida de las ovejas, hoy se nos presenta como la vid y su Padre es el labrador. Jesús se vale de lo que tiene delante para expresar las realidades de su persona, las realidades de Dios. No se pierde con profundas y confusas comparaciones, sino que utiliza aquello que comprendían perfectamente los que lo estaban escuchando. El Maestro utiliza un lenguaje sencillo y lleno de sentido. Hablaba a pescadores, labradores o pastores, sus comparaciones las entienden los pescadores, labradores o pastores que lo escuchaban. Está en una tierra seca, árida, como era Palestina, habla de cultivos de secano. La viña, el olivo, la higuera, la mostaza, el trigo, levadura… que maestría y que inteligencia la de Jesús para saber partir de la realidad que le rodeaba a la hora de hablarnos, y hablarnos no de cualquier cosa, sino de la realidad de Dios. Qué distinto al lenguaje de los escribas, fariseos o saduceos, más preocupados por la recta doctrina, la observancia de las normas, los grandes planteamientos teológicos.
Esto que pasó hace XX siglos, se puede aplicar perfectamente a nuestra realidad de hoy. Nos quejamos de que no llegamos a la gente, no será que no nos comprenden, o que no nos explicamos bien, o que no hemos sabido hacer bien las cosas, algunas veces nos mostramos exigentes, muy duros, y en otras admitimos cosas que encajan muy mal con lo que creemos. Puede ser también, y sin duda lo es, que hay mucha gente que no quiere escuchar, pero es que el mensaje de Jesús se dirige únicamente a los que quieren oírle. La primera gran lección de Jesús, hoy, es que Él se amolda, sabe llegar a la gente que le escuchaba, no para decirles lo que la gente quiere oír, si no para que le entiendan que es distinto.
San Juan, con un lenguaje también muy claro, nos anima a querernos no de palabra y de boca sino con el corazón, y con obras. Entre nosotros y a favor de los que nos necesitan. El servicio de la caridad, pertenece a la esencia de la Iglesia tanto como la predicción y la escucha de la palabra de Dios o la participación en los sacramentos. El papa Benedicto XVI, en una de sus encíclicas explica como debe de ser este servicio, dice que tiene que ser inmediato, es decir, que responda a situaciones concretas. Profesionalmente competente, es decir que no basta con la buena voluntad, sino que hay que capacitarse según el sector al que debemos servir. Hay que hacerlo con atención cordial, o lo que es lo mismo con humanidad, con ternura, dejando que hable solo el amor. Independiente, o sea, que no siga ninguna consigna extraña. Y por último que no demos sólo de lo que tenemos, o de lo que nos sobra, sino que nos demos a nosotros mismos, que sepamos dar lo que somos.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Jesús debe ser para nosotros como la fuente que calma nuestra sed; de Él recibimos la sabia que nos alimenta, y nos fortalece para seguir creciendo y dando fruto, no vamos cada uno por nuestra cuenta, sino que nos sentimos unidos a Él. Las personas nos unimos por el amor, que influye en el entendimiento, en los sentimientos, en la voluntad, en las actuaciones. Con las personas nos unimos también por el roce y la frecuencia de trato, así nacen las amistades. Con Jesús nos unimos también con estos mismos medios, contemplando frecuentemente su palabra, aceptando lo que nos dijo, intentando hacer nuestro lo que es su estilo de obrar y de actuar, acordándonos de Él a menudo, no solo de domingo a domingo.
Le pedimos al Señor que nos de fuerza para hacer nuestras estas reflexiones, que el no ayude a hacerlas realidad. Y se lo pedimos como todos los domingos, especialmente para nosotros, lo hacemos al tiempo que nos acordamos de los que menos tienen, de los que están solos, de los enfermos, de los que no tienen a nadie que les quiera.