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Domingo VI de Pascua (A)

Espíritu Santo

JUAN 14, 15-21. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él».


A lo largo de todo este tiempo pascual, hemos leído y escuchado como primera lectura de la misa de los domingos, el libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por el evangelista San Lucas. Este libro nos propone con una lectura amena un recorrido por la actividad febril de los primeros evangelizadores, sus primeros pasos, su ilusión primera, sus primeros fracasos, todo ello contado a modo de crónica histórica, siendo fiel a lo que sucedió entonces.

Tras la muerte de Esteban en Jerusalén, los cristianos se dispersan, salen de la ciudad llevando consigo un precioso don, el mensaje de Jesús, que transmiten con tanta alegría, como sencillez. Porque ellos, son gente sencilla, pobres anunciadores ambulantes de un crucificado que vive. Se llaman Felipe, Mateo, Pedro, Juan, Santiago, Andrés, y muchos de ellos han sido pescadores. No son sabios, ni especialistas, sino creyentes convencidos en la novedad del mensaje del Maestro. Tampoco son poderosos, ni ricos, sino hombres y mujeres fieles a una misión que les ha sido encomendada y que constituye toda su riqueza. No ofrecen dinero, ni fama, sino el nombre de Jesús y la esperanza en él como Mesías y Señor. Y esto lo hacen con decisión y con ganas, empujados como por una fuerza especial que llevaban dentro. Cuando llegaban a alguna ciudad, esta se llenaba de alegría al ver lo que hacían y por el mensaje que les estaban transmitiendo.

Es llamativa esta capacidad para transmitir el don de Dios. Demos un salto de dos mil años y situémonos en nuestro tiempo. Nosotros somos los continuadores de esos primeros que creyeron, es verdad que la situación es completamente distinta, entonces oían por primera vez hablar de Jesús, ahora vivimos con gente que incluso están bautizados pero que viven como si no lo estuvieran, han oído hablar de Jesús hace algún tiempo, pero no se les nota en nada, pero lo que no ha cambiado es que el evangelio también necesita hoy testigos parecidos a aquellos: capaces de llenar los corazones de alegría, capaces de hacer sencillos pero profundos gestos de amor, capaces de dar razón de nuestra esperanza. Capaces de sentir con la gente de nuestro tiempo, capaces de adaptarnos a las nuevas realidades, pero sin caer en ese estilo de vida tan seductor y ajeno a las convicciones cristianas. Estilo de vida que ha logrado que las personas hagamos del bienestar nuestra ética, del consumo nuestro religión y del individualismo nuestra conciencia. Los cristianos también nos sentimos seducidos por ese estilo de vida, tentados a abandonar nuestras verdades mas profundas, a considerarlas como algo desfasado e inútil, olvidando que hay algo mas allá que el tener cuanto más mejor, olvidando que existe gente que necesita de nosotros, olvidando que hay un Dios que nos quiere y que nos cuida y que nos invita a querer y cuidar a los que tenemos cerca.

La promesa de Jesús de no dejarnos solos, que ya se nos anunciaba el domingo pasado, es la clave de nuestra esperanza, y la energía para seguir trabajando por una sociedad más justa y fraterna. El empuje de los primeros cristianos nos anima hoy a intentar hacer nosotros los mismo, y a llevar ese testimonio a los ambientes donde vivimos. Jesús les promete a los suyos la llegada del Espíritu, ese Espíritu los transformará totalmente, les cambiará el corazón, y los convertirá en hombres y mujeres nuevos. Una vez que terminemos el tiempo de Pascua, nosotros también nos prepararemos para celebrar el tiempo del Espíritu, con la celebración del día de Pentecostés, ojala ese espíritu nos cambie y nos transforme también a nosotros. Pedimos al Señor hoy, que como las primeras comunidades, nuestras obras sean la manifestación mas evidente de que nuestra fe en Jesús es algo fundamental y no algo añadido en nuestras vidas, ojala nuestras obras sigan demostrando que la fe en Jesús resucitado es algo que se hace presente en el día a día de nuestro vivir y actuar cotidiano.

Se lo pedimos al Señor, especialmente para nosotros, Señor fortalece nuestra fe para hacerla cada día más fuerte y consistente, y lo hacemos al tiempo que pedimos por lo que menos tienen, por los que sufren, por los pobres, por los que son tratados de forma injusta por lo que tiene al lado.