Domingo VI del Tiempo Ordinario (B)
MARCOS 1, 40-45. En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a Él de todas partes.
Las lecturas de hoy nos ofrecen un punto de reflexión importante, vamos a ver si conseguimos entenderlo. En la cita del libro del Levítico, libro del Antiguo Testamento escrito unos quinientos años antes del nacimiento de Jesús, se recoge la legislación sobre como tratar a los leprosos. Este tipo de ley piensa sobre todo en el bien común ya que siendo la lepra una enfermedad muy contagiosa trata de evitar su transmisión y su extensión. Visto desde un punto de vista positivo su intención es proteger a los sanos de contraer la enfermedad. El enfermo, queda apartado de la comunidad por el bien de ella. Habrá de demostrar externamente su estado de impureza, que no sólo le incapacita para las relaciones sociales, sino también para su participación en el culto y en la vida religiosa de la comunidad. La prioridad de esta ley está puesta en la comunidad, en el bien de todos. Sacrifica el bien individual a favor del bien común. Dicho esto, aún así, a más de uno de nosotros, es posible que este precepto, con nuestra mentalidad de hoy, nos haya sonado mal, nos puede parecer que hay algún aspecto de él que nos parece injusto. ¿Por qué? Porque la legislación del Levítico, no piensa en la persona, no le ayuda a solucionar su problema, su situación particular como enfermo, como ser doliente y necesitado. Además al dolor físico, se le añade el prejuicio moral todavía mayor: porque esa persona va a quedar apartada de la vida social y de la comunidad religiosa, sus relaciones sociales quedan anuladas y prohibidas; va ser una persona aislada y obligada a vivir en soledad. Se verán anulados todos sus derechos. Ser leproso era por tanto una de las mayores desgracias que le podía suceder a alguien. Y en este caso la ley, había protegido a la comunidad pero a costa de sacrificar y anular completamente al individuo. Esto es lo que se puede deducir de la lectura del libro del Antiguo Testamento.
Veamos cual es el comportamiento de Jesús. En el evangelio hemos visto como se le acerca uno que está viviendo en sus carnes la situación que acabamos de describir. Este hombre demostrando confianza y humildad, reconoce la capacidad de Jesús para curarlo: Si quieres puedes curarme. Y Jesús compadecido de él, extendió la mano y lo tocó. El gesto de tocar a un leproso era algo inconcebible en aquella sociedad, porque significaba compartir su propia enfermedad, su impureza, para Jesús la dignidad de este hombre está por encima de su enfermedad. Y Jesús no solo lo toca, sino que lo cura. Y la curación de Jesús no solo abarca a su enfermedad física, sino también al otro aspecto mucho mas doloroso. La acción de Jesús le ha devuelto la salud, y también su dignidad como persona y como creyente, que es mucho más importante. Este descubrimiento de la persona, de cualquier persona, como Hijo de Dios, era lo que el Levítico no intuyó, pero que Jesús tenía claro que era lo principal.
La lección de Jesús en este domingo, es por tanto, importantísima, las personas y sobre todo los necesitados, los que sufren, los rechazados por todos, son para Él, los preferidos. Y nos pide a los que decimos que creemos en Él, que también tengamos entrañas de misericordia con aquellos que cumplen estas condiciones y que vivan junto a nosotros. Con aquellos que solicitan nuestra ayuda, nuestra compañía, nuestro apoyo, en los momentos malos y duros por los que pasan. Y que nosotros no busquemos excusas para evitar nuestro compromiso. En nuestra sociedad los leprosos, son todos aquellos que son excluidos con solo pronunciar su nombre, aquellos que nadie quiere, aquellos que no cuentan para nada, aquellos a los que de una forma sistemática se les niega primero su dignidad como Hijo de Dios, y eso para el creyente es algo fundamental, porque es lo mismo que negarle su dignidad como persona.
Le pedimos al Señor, en este domingo, que nos haga más sensibles a las necesidades de las personas que conocemos. En este domingo en el que precisamente repartimos los sobres de la campaña contra el hambre en el mundo, y en el que sólo al reconocer esta realidad nos pone la cara un poco colorada. Señor, te pedimos por los pobres, por todos los que sufren, los que están solos o enfermos, los que necesitan de alguien y no encuentran a nadie que les ayude en su problema.