Domingo XI del Tiempo Ordinario (B)
MARCOS 4, 26-34. En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ella». con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Reanudamos con este domingo el tiempo litúrgico que se conoce como tiempo ordinario, y que terminará cuando allá por finales de noviembre volvamos a celebrar el tiempo de Adviento.
El cristiano es discípulo de Jesús por la fe, por el bautismo y por la práctica diaria de lo que cree. Conforme vamos creciendo, la experiencia de Dios en nosotros, va guiando nuestro ser y nuestro obrar. Lo que vamos viviendo como cristianos, como Iglesia de Jesucristo es como una semilla sembrada en la tierra, que como nos dice el evangelio de hoy va creciendo poco a poco, se va asentando en nuestro realidad, si nosotros la cuidamos y la hacemos nuestra. La atención a los pobres, la oración confiada, nuestro compromiso cristiano en la sociedad, la celebración de la Eucaristía, la vivencia de la fe en la familia, en el trabajo, todas las acciones que realizamos con arreglo a las distintas dimensiones de la vida cristiana son signo de la presencia del Reino de Dios. Sabemos que este Reino va más allá de la realidad de cada uno, es un reino universal, abierto a todos.
Necesitamos confiar en la acción de Dios en nosotros, en su Iglesia, en todas las personas, para que así no nos desalentemos ante las dificultades, en la vivencia de esto se demuestra la profundidad y la fortaleza de nuestra fe. Es Dios mismo el que va actuando; en ocasiones con nuestra ayuda, pero otras veces, la mayoría, a pesar de nuestros errores.
Debemos aprender de la pedagogía de Dios, que nos enseña a ver en profundidad a las personas, los acontecimientos, mirando lo pequeño, lo que apenas cuenta, lo sencillo, lo pobre. Dios prefiere estas mediaciones que no apabullan, ni ocultan, ni nos desvían de lo esencial que es Dios mismo. Son como los brotes tiernos de los que nos hablaba el profeta Ezequiel, o la semilla insignificante del grano de mostaza, desconfía de la grandilocuencia, porque oculta lo esencial que es Dios mismo, como Padre que nos quiere y nos cuida.
Estas mediaciones que Dios quiere es el poco a poco de nuestra vida de fe personal y comunitaria, es la fidelidad de todos los días a nuestra vocación y misión de seguidores de Jesús. Son esos pequeños pasos que vamos dando como hijos de Dios, y como hermanos de todos, al estilo y a la medida de Jesucristo. Son esos brotes de esperanza que en la vida de cada uno manifiestan la cercanía, la realidad y la presencia de Dios.
Debemos asumir la lentitud de los cambios, vivir confiados en que colaboramos con algo imparable, no caer nunca en el desaliento, ni en el protagonismo, ni querer reconocimientos por lo bien que lo hacemos, ni buscarnos a nosotros mismos cuando decimos que buscamos el Reino de Dios, no querer que las personas se conviertan cuando y como nosotros queramos, sino que nuestra oración sea Señor ¿qué quieres de mí?, ¿qué tengo que hacer?, ¿hacia dónde debo ir?.
Sabemos que el Reino de Dios va creciendo, va manifestándose paulatinamente, pero sin pararse. Gracias a Jesús y a la fuerza de su Espíritu el Reino llega y se desarrolla, aunque en ocasiones pueda parecernos que no es así. Las razones de nuestra esperanza tienen su raíz en que hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Sabemos que Dios no defrauda. Cumple lo que promete. Es fiel a la alianza que estableció a través de Jesús con cada uno de los bautizados.
A través de la Eucaristía, alimentados con la Palabra sabremos reconocer en Jesús al Señor, ese Jesús que actúa a través de nosotros sus siervos humildes y sencillos. Le pedimos hoy que nos ayude a comprender que su mensaje viene para todos, incluso para aquellos que desconfían de él.
Se lo pedimos al Señor y lo hacemos con la humildad de siempre, reconociendo nuestros pecados. Al tiempo que recordamos a todos los que sufren, los enfermos o los que están solos para que encuentren en nosotros la ayuda, el consuelo y la compañía que necesitan.