Domingo XIV del Tiempo Ordinario (A)
MATEO 11, 25-30. En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comenzamos en este domingo el tiempo que la liturgia llama ordinario, este tiempo nos conducirá hasta finales de noviembre para comenzar el adviento.
La primera lectura es ya de entrada una invitación a algo que nos cuesta muchísimo: fiarnos de quien ha prometido venir a salvarnos, y que lo haga envuelto en una imagen de fragilidad total y pobreza absoluta. ¿Cómo es esto posible?, en nuestro mundo, y lo sabemos todos, el que quiera presentarse como el protector o salvador de otros, tiene que demostrarlo, mostrando su fuerza, su poder, su grandeza, su dominio, estos son mis poderes. Nuestro Dios no es así, se nos muestra de una manera irrisoria como en el pasaje de Zacarías, “tu rey viene a ti montado de un asno, en un pollino de borrica”. ¡Alegrémonos¡ porque sólo desde el reconocimiento de que nuestro Dios lo puede todo y hace grandes cosas a través de lo pequeño podremos vencer en esas luchas cotidianas.
El evangelio, en la misma línea, presenta la oración de Jesús dando gracias por cómo el padre ha decidido revelarse a cada uno de nosotros. Si alguno pretende conocerle con nuestra sabiduría, con nuestra razón, y con nuestras solas fuerzas, seguro que nos quedaremos cortos. Sin embargo, si accedemos a El reconociendo nuestra pequeñez, es sólo entonces cuando es posible escucharle. En nuestra vida nos pasa muchas veces esto, nos creemos tan listos, tan preparados, tan formados y con tantos recursos que nos consideramos prepotentes…y cuando aparecen los fracasos, cunado caemos, nos sentimos derrotados y todo se nos viene abajo. Y de repente nos damos cuenta que nuestro error fue nuestra falta de humildad, nuestro sobre valorar nuestras fuerzas, nuestro atrevimiento de creernos que nos íbamos a comer el mundo. Entonces, solo entonces, nos dejamos poner en manos de Dios y el hace lo que tiene que hacer.
¿Por qué el mensaje del Señor llega mejor a los sencillos? Porque normalmente el que cree que lo puede todo, ya se basta por sí mismo, no necesita de Dios ¿para qué? Si tiene de todo. .
No nos engañemos, la respuesta de fe del hombre a la manifestación de Dios, no puede darse desde la prepotencia o la vanagloria, sino desde la fuerza del amor, y desde la fuerza del corazón. El estudio científico de las Sagradas Escrituras, la reflexión teológica, la profundización de los dogmas de la fe cristiana, el conocimiento de la Historia de la Iglesia, todos son necesarios e importantes, pero no imprescindibles. Para el conocimiento de Dios y sobre todo para la vivencia de lo que significa ser una persona religiosa, solo hace falta una cosa, tener un corazón limpio y sencillo. Esto es así, podemos citar e incluso conocer algunas personas con un nivel de cultura básico, pero con una fe profunda, fuerte y consecuente.
Muchas cosas en nuestra vida nos hablan de ese Dios. Y hoy las lecturas nos invitan a descubrirlo en la fragilidad. Jesús optó por hacerse frágil como nosotros. Dejo que lo rompieran en la cruz, y se sigue dejando romper por nuestras manos en la celebración de la Eucaristía. Elige ese pan y ese vino para hacerse presente, y nos recuerda que nuestra tarea es también esa: hacernos pequeños, encarnarnos en cada una de las pequeñas cosas que hacemos, y a las que quiere que nos enfrentemos con la valentía que nos da el saber que el está a nuestro lado.
La fragilidad en la presentación es una de las paradojas del Dios de Jesús, desde su nacimiento, nos desconcierta, y no digamos con su muerte. A través de eso, no cabe duda que quiere comunicarnos algo, y yo tengo que intentar descubrirlo, en este domingo me invita a hacerlo.
Le pedimos al Señor que nos de la fuerza suficiente para saberlo ver en lo pequeño, en las cosas sencillas, en lo que hacemos a diario, en las personas que queremos, en las personas que vemos y conocemos. Se lo pedimos los unos para los otros. Y lo hacemos al tiempo que recordamos a los que menos tienen, a los que sufren, a los pobres a los que están solos, a los que no sienten el cariño de nadie.