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Domingo XIV del Tiempo Ordinario (B)

Jesús en la sinagoga

MARCOS 6, 1-6. En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.


El trozo de la segunda carta de San Pablo a los cristianos de Corinto, que hemos escuchado hoy, termina con una frase, de esas que te hacen pensar, y que no entiendes en principio, la frase en cuestión es “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Frases que por otra parte, abundan mucho en la predicación de Jesús, y que pasan totalmente desapercibidas. Con nuestra lógica son frases contradictorias, o se es fuerte o se es débil, pero eso de ser fuerte al ser débil, no es nada lógico. ¿Qué es lo que quería San Pablo transmitir a estos primeros cristianos, a estos valientes primeros convencidos de que el mensaje de Jesús tenía sentido?

San Pablo quiere dejar muy claro desde el principio, que los seguidores de Jesús tienen que dejar de lado todo lo que signifique soberbia, domino, vanidad, poder sobre los otros, considerarnos superiores. Y que cuando esto hagamos estamos siendo fuertes. Y es que en el fondo no puede ser de otra manera: cuando Él entrega su vida por nosotros, de la manera que lo hizo, a los ojos de todos está siendo débil, vulnerable, su grandeza no aparece por ningún lado y sin embargo en ese momento Él nos estaba demostrando su divinidad, estaba siendo fuerte. Pero claro, a los ojos de todos, o al menos de la mayoría aparece como un pobre malhechor iluminado y derrotado. En esta sociedad nuestra, donde predomina el poder, el tener cuando más mejor, el dinero, este mensaje está completamente fuera de sitio. Cuando Juan Pablo II, al comienzo del nuevo milenio pidió perdón por los pecados de la Iglesia cometidos a través de la historia, algunos no lo comprendieron, y creían que no había porque hacerlo, porque había que ver las circunstancias históricas en las que se produjeron los hechos, etc., etc., o sea que de pedir perdón nada, pero el se fundamentaba en esta frase del Pablo, porque si comienzas pidiendo perdón por tus fallos, estás siendo fuerte porque vas a intentar hacer las cosas mejor. Por eso desconfiemos de aquellos que como carta de presentación nos ponen delante de nuestras narices solo todo lo bueno que han hecho, todos los cargos que han acumulado, todas las cosas que han visto o que han conocido, y se olvidan de comenzar pidiendo perdón por sus errores. No estaría de más pensar un poco durante la semana sobre estas cosas.

El evangelio nos ha presentado a Jesús como el “Hijo del carpintero”. Marcos es el evangelista que nos presenta al Maestro a un nivel completamente humano, Jesús es uno mas de un pequeño pueblo donde todos se conocen. El trato de años hace que ahora, al predicar en la sinagoga, se extrañen de su manera de hablar, de su manera de entender la vida, se escandalicen de su novedad y le rechacen. Los paisanos de Jesús tenían de Él una imagen puramente externa, para ellos seguía siendo aquel niño de aquella casa, con aquellas anécdotas tan conocidas. No supieron dar el salto a la confianza y a la admiración, hubiesen tenido que cambiar sus ideas y probablemente su conducta y no estaban dispuestos.

Esta actitud se puede repetir también en nosotros, cuando no nos atrevemos a aceptar lo que hay de nuevo en el mensaje de Jesús, nos aferramos a lo de siempre, y lo hacemos porque así estamos más seguros, nos da miedo asumir los cambios. No aceptamos que Dios siempre supera nuestra comprensión, que Él nos desborda por completo. Su salvación quiere llegar a todos y tiene capacidad para salvar a todos, a los de entonces y a los de ahora, también a las nuevas sensibilidades, las nuevas circunstancias, el Espíritu que es el que guía a la Iglesia la hará avanzar, a pesar de nosotros, hasta la llegada de los últimos tiempos.

El ejemplo de San Pablo que desde su debilidad fue capaz de realizar una obra tan importante y tan fecunda, debe ser nuestro modelo, nos estimula a asumir nuestras limitaciones y con ellas afrontar los retos que la vida y el mundo nos presente confiando siempre en la cercanía de nuestro Dios.

Se lo pedimos al Señor, y lo hacemos especialmente para los que estamos aquí celebrando la Eucaristía en este domingo de verano, y lo hacemos recordando también a aquellos que por razones diversas no pueden tener su tiempo de descanso.


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