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Domingo XVI del Tiempo Ordinario (B)

Jesús predicando

MARCOS 6, 30-34. En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.


Cada una de las tres lecturas que hemos escuchado hoy, han sido lo suficientemente claras y sencillas, como para que nos hayan sugerido alguna idea que podamos llevar después a nuestra reflexión, que podamos pensar un poco sobre ella, y que luego podamos llevarla a la vida, a lo que hacemos todos los días, en nuestro trabajo a lo largo de la semana, en nuestra relación con las personas que tenemos cerca, o cuando tengamos que tomar alguna decisión importante. Es ésta una dimensión sobre la que incidimos mucho en las reflexiones dominicales, lo que escucho o lo que descubro en la Iglesia, en la celebración, debe después repercutir en mi vida, debo intentar hacerlo realidad en mi trabajo, en mis relaciones con los vecinos, cuando voy de compras, o ahora en este tiempo de verano en mi tiempo descanso. Quiero decir con esto que mi fe es algo que tiene que ir más allá de las celebraciones litúrgicas, y debe manifestarse en lo que yo soy y sobre todo en lo que hago.

El profeta Jeremías se muestra muy duro con los pastores que no saben cuidar las ovejas, y que no solo no las cuidan sino que las dispersan. Era una llamada a la reflexión, en tiempos difíciles para Israel, es una llamada seria para aquellos que tienen que ser testigos de una forma especial, para aquellos que se comprometieron a ser la voz del Señor y no lo hacen, para aquellos que no aman a los que tienen que pastorear si no que solo se quieren a sí mismos.

La carta de Pablo a los Efesios, nos muestra otro mensaje. En la cruz de Jesús el odio ha sido vencido. Y ha sido vencido por el amor que encierra la muerte y la entrega de Jesús. Ese odio impedía el acercamiento entre las personas, era como un muro que los separaba, en tiempos de Jesús sucedía entre los judíos y los paganos y después a lo largo de la historia siempre ha estado presente en la humanidad, acarreando muerte y división entre las personas y los pueblos. Unos pueblos odian a otros, unas religiones a otras. Pero vino Jesús y trajo la paz, paz a los de cerca y a los de lejos, a todos sin distinción. Desde la cruz Jesús derriba el odio que nos destruye, sabiendo que Jesús murió por todos, el cristiano no puede despreciar, excluir y condenar a personas ni a pueblos, porque Jesús también murió por ellos. La lección de Jesús es una llamada a superar todo aquello que nos divide y que nos enfrenta a los unos con los otros.

El texto que recoge el evangelio de hoy se sitúa una vez que los discípulos han vuelto de la misión a la que los envió Jesús de dos en dos como escuchamos el domingo pasado. Jesús se los quiere llevar a un sitio tranquilo, para que descansen, pero otros muchos se les adelantaron y llegaron antes que ellos a la otra orilla del lago; incluso han llegado gentes de otras aldeas. Entonces Jesús improvisa y cambia el programa que habría preparado, y se pone a enseñarles con calma. Es la calma del pastor que quiere a sus ovejas, en contraposición a los malos pastores de la primera lectura, en Jesús se cumple la profecía de Jeremías anunciando la llegada de ese pastor que será prudente y traerá la justicia y el derecho a todos. En Jesús se hace realidad esa gran promesa el es el pastor bueno, que cuida de los suyos, “El Señor es mi Pastor nada me falta”, los protege “Nada temo porque tu vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”, y los lleva por los caminos de la felicidad “me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.

Ojalá Jesús sea el pastor de cada uno de nosotros, que tengamos la capacidad suficiente como para saber discernir la voluntad de Dios, y eso requerirá por nuestra parte mucha formación, formación para conocer lo que pasa a nuestro alrededor sin que nadie tenga que contárnoslo, formación para saber el por qué pasan las cosas y necesitaremos también mucha humildad para saber escuchar la voz del Señor y no la nuestra.

Se lo pedimos al Señor, y lo hacemos especialmente para nosotros, los que estamos aquí reunidos en esta mañana de domingo, y lo hacemos al tiempo que recordamos a todos lo que sufren, están enfermos, para que siempre encuentren esa mano que los ayude en su dolor y que los acompañe, pedimos por los que están solos, o por aquellos que por cualquier causa han perdido lo mas importante, la ilusión de vivir.