Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (A)
MATEO 14, 13-21. En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tornando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
La primera lectura, del libro del profeta Isaías que acabamos de escuchar, hay que situarla históricamente cuando el pueblo de Israel está en el exilio en Babilonia, lejos de sus casas y de su tierra. Por un lado el desánimo y la desesperación están empezando a hacer mella en ellos, y por otro, lo que les ofrecía esta nueva situación está llamando la atención de algunos, y están olvidándose del Dios de sus padres. Y ahí es donde surge la voz del profeta Isaías, que se presenta como el mensajero que adopta la forma de un vendedor ambulante, al estilo de cómo sucede en las plazas o en los mercados. Pero lo hace como un vendedor algo especial, pues este vendedor ofrece su mercancía de balde, incluso a aquel que no pueda pagarla, sólo les pide una cosa, que por otra parte es la mas difícil, que estén dispuestos a escuchar, que estén atentos, que presten atención y que no se dejen engañar por aquellos que les ofrecen cosas aparentemente mas saludables, pero que en el fondo no son la solución. Es un buen tema de reflexión.
El relato de la multiplicación de los panes y los peces, es el único milagro de Jesús que es narrado seis veces en los evangelios, Mateo y Marcos lo narran dos y Mateo y Juan una, es un relato que recoge abundantes y profundos significados. El hecho acontece al atardecer después que Jesús ha curado algunos enfermos. Lo que sucede aquella tarde junto al lago va a ser algo importante. Jesús instruirá a los discípulos a propósito de su actuación. Ante la propuesta de ellos de despedir a la gente y que cada uno se busque de comer según Dios les de a entender, Jesús les invita a que sean ellos los que les den de comer. Jesús les pide que pongan en común lo poco que puedan tener, en este cado cinco panes y dos peces. El alimento compartido será lo que acabe con el hambre de todos. Lo poco que tienen, una vez decididos a compartirlo y puesto en las manos de Jesús, se convierte en alimento que sacia, e incluso hace que sobre, recogieron doce cestos con lo que sobró. El efecto que produce es multiplicador porque ha sido compartido y bendecido. La clave del relato, la clave de ser capaces de dar de comer a muchos, con poco, está en el amor con el que se hacen las cosas, el efecto de compartir es un efecto claramente multiplicador.
El pan que Jesús bendice y reparte en el relato de la multiplicación anuncia y simboliza el pan de la Eucaristía, en el que El mismo se dará como alimento. Los discípulos posiblemente recodarán la tarde de Jueves Santo aquel otro atardecer junto al lago. Nuestras Eucaristías, la que estamos celebrando ahora también, no pueden ser para nosotros otra cosa que signos de amor y de solidaridad. Los que participamos en ella estamos llamados a compartir, lo mismo que compartieron los discípulos ante la llamada de Jesús. No podemos ver, ni vivir, ni valorar los bienes temporales de la misma manera que los ve nuestra sociedad egoísta e insolidaria tantas veces impasible ante la desgracia de los que no cuentan, recordemos las noticias de todos los días sobre el hambre y la necesidad. El discípulo de Jesús se implica sabiendo compartir lo que tiene y sobre todo lo que es, porque Jesús no solo compartió lo que tuvo, que por otra parte era bien poco, sino que se entregó a sí mismo, hasta la ultimas consecuencias.
En este domingo Jesús nos recuerda que los problemas de nuestro mundo, de nuestra sociedad, la violencia, las amenazas contra la paz, el hambre, la pobreza, el rencor, el abuso y la explotación del débil, no se solucionaran nunca, hasta que no aumente entre nosotros el nivel de solidaridad, de ganas de compartir, del respeto que todos necesitamos. Mientras nos dejemos guiar, por nuestros caprichos, nuestros placeres, nuestra cortedad de miras, y no vayamos un poco mas allá, no hay solución posible, despediremos a la gente como intentaron hacer los discípulos.
Jesús nos invita hoy a revisar este aspecto de nuestra dimensión de cristianos y de hombres de fe. ¿Cuánto valoro mi solidaridad, mis deseos de compartir? Al tiempo que lo hacemos, se lo pedimos al Señor para todos nosotros y recordamos a los que menos tienen, a los pobres, los enfermos, los que están solos, los que se sienten abandonados, los que no encuentran sentido a su vida porque no tienen a nadie que los acompañe, a los que no van a poder disponer ni del descanso necesario en este tiempo.