Domingo XX del Tiempo Ordinario (B)
JUAN 6, 51-58. En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Los autores de los libros sagrados no sólo se preocupan de transmitirnos las cosas de Dios, de darnos a conocer su mensaje, pues saben bien que todo eso no llegaría a determinada clase de personas. De ahí que los autores de los libros como el que hemos leído en la primera lectura, nos inviten a la búsqueda de los valores que ayudan al individuo a lograr esa armonía, y esa madurez personal necesarias para vivir con dignidad. Una persona en sintonía consigo misma y con los demás está mucho mejor capacitada para descubrir a Dios en su vida, para la búsqueda de la verdad y para acoger y extender su mensaje a todos. Una persona así será constante y buscará las actitudes que le hacen crecer interiormente y le ponen en sintonía con los que tiene cerca. En la lectura hemos escuchado cómo es la propia sabiduría la que sale a nuestro encuentro, pero cada uno en el ejercicio de su propia libertad, es quien decide acercarse a ella y acogerla o rechazarla. Habrá quienes sigamos empeñados en beber en fuentes que no son auténticas, despreciamos la sabiduría, y seguiremos caminos que no nos conducen a la verdad.
La sabiduría auténtica, ésa que sale a nuestro encuentro, siempre va acompañada de virtudes como la prudencia, la fortaleza interior para saber ser fuertes ante las dificultades, la coherencia y la constancia en lo que se cree, la suficiente amplitud de espíritu para acoger a todos, incluso a aquellos que no creen en lo mismo que tú y el saber reconocer la presencia de Dios en nuestra vida. Por el contrario está claro que esa sabiduría nunca lleva consigo, ni la envidia, ni el considerarse mejores que los demás, ni la superficialidad en lo que uno cree.
San Pablo sigue dando buenos consejos a aquellos que quieran oírle, hoy entre otros, nos anima a ser sensatos, y a no dejarnos llevar por el libertinaje. El sensato es aquella persona, que saber juzgar con equilibrio las situaciones que le toca vivir, no pierde la calma, sabe estar, sabe callar a tiempo y sabe hablar cuando es preciso. Buen consejo este de la sensatez, en tiempos donde la misma no suele abundar, para intentar llevarlo a la práctica.
El evangelio de San Juan fue el último en escribirse, alrededor del año 80, por eso las reflexiones más profundas, más teológicas incluso, sobre los gestos de Jesús las encontramos escritas en él. Hemos escuchado un trozo de lo que se conoce como el discurso Eucarístico de Jesús, en el capítulo sexto de este evangelio. En él se nos presenta la Eucaristía como centro de la vida del cristiano, participar en ella es hacer ya de esta vida parte de nuestra vida con Él. Es adelantar nuestra vida futura. A través de ella el discípulo se identifica con el Maestro. La Eucaristía se convierte así, en un bien irrenunciable para el discípulo. Es esta una de las razones por la cual debemos valorar la Eucaristía como lo que es, no como una obligación, o como algo secundario en mi vida de fe, sino como algo sustancial de la misma. En la Eucaristía es donde más cerca siento a Jesús. Ese Jesús que me dice lo que tengo que hacer, que me dice que mejore en lo que tengo que mejorar, y que me anima a hacer de mi vida algo gratificante para mi, para las personas que viven conmigo, y para hacer lo que pueda por lo que necesiten de mi ayuda. Qué lejos queda todo esto de esa discusión sin sentido de si es obligatorio venir a misa o no, no es que sea o deje de ser obligatorio, es que la Eucaristía debe ser algo fundamental para el creyente, y no porque viniendo sea mejor o peor, sino porque necesito sentirme cerca de ese Jesús que nos quiere y necesito sentirme cerca de las personas que creen lo mismo que yo.
Le pedimos al Señor en este domingo, que nos ayude a comprender día a día lo que significa y lo que me exige el participar cada domingo en la celebración, que vaya descubriéndolo con su ayuda. Se lo pedimos al Señor. Y lo hacemos al tiempo que recordamos a los que menos tienen, a los que están solos, a los enfermos, especialmente a los que conocemos o son de nuestras familias, para que nunca les falten personas que sepan cuidarlos y quererlos.