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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)

Jesús predicando

MATEO 18, 15-20. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has, salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».


La Carta a los Romanos y el trozo de evangelio de San Mateo que hemos leído hoy, van, sin duda, en la misma dirección, quieren destacarnos la importancia del mandamiento del amor. Amar a los demás es cumplir la ley entera. Es interesante el desarrollo que hace Pablo acerca de este mandamiento. Pablo consideraba como positiva la ley de los judíos, puesto que la misma promovía el respeto a Dios y al prójimo. Pero el amor cristiano va un poco mas allá que todo esto, el amor cristiano buscará no sólo no provocar el mal en los otros, sino hacerles el bien; no sólo evitará una actuación egoísta, sino que buscará el bien de su prójimo en la renuncia de sí mismo; no solo se contentará con tener una relación correcta con Dios y con los demás, sino que amará a Dios y llevará ese mismo amor a sus semejantes. El que ama, desde el punto de vista cristiano, no se limita a no hacer daño a los otros sino que procura activamente el bien y la felicidad de aquellos a los que ama. El modelo de esta clase de amor, es para nosotros el mismo Jesús, que, amándonos hasta el extremo, dio la vida por cada uno de nosotros.

En esta misma línea, en el evangelio, el Maestro, Jesús, vuelve a desconcertarnos de nuevo con su mensaje. Si hemos escuchado con atención, nos habremos dado cuenta de que la iniciativa, para la superación de una ofensa, no debe partir del que ofende sino del ofendido, ¿cómo es posible?, esto no puede ser, podemos pensar. Jesús no dice. “Si tu hermano te ofende, espera un poco y si te pide perdón, entonces, perdónalo, no le tengas en cuenta su ofensa”. No, Jesús no ha dicho esto. Sino que Jesús dice que ante la ofensa no vale, quedarse en silencio, ofendido y enfadado permanentemente, esperando que el otro de el primer paso, sino que debo ser yo el que intente ponerme a bien con el que me ofende, esta es la novedad, la exigencia extrema del mandamiento de Jesús y donde nosotros nos solemos quedar cortos.

Ya sabemos que para muchas personas, incluso para nosotros, esto no va a ningún sitio, esto es pura teoría, que queda para que la cumplan unos cuantos ingenuos, pero, en el contenido del mensaje de Jesús, en la lógica del evangelio, esto es así, a no ser que queramos cambiar lo que textualmente dicen las escrituras. La parte ofendida a de salir al rescate de la parte ofensora. Ésta, por su parte, a de reconocer su error y hacer caso a la corrección del ofendido.

Como entonces, cuando Jesús expuso esta enseñanza, también hoy, a nosotros, nos cuesta acercarnos a nuestros ofensores no sólo para perdonarlos, sino también para recuperarlos como personas. Hay, por tanto que examinarse y saber reconocer que estos son nuestros pecados, nuestros pecados de todos los días, ya que estamos muy lejos de llegar a hacer lo que Jesús nos pide. También hoy, como entonces, la presencia de Jesús esta asegurada en la Iglesia. Y esta presencia, debe ser para nosotros tanto un estímulo como un compromiso, para poner todo lo que podamos, para poner un poco mas de nuestra parte para intentar llevar a la práctica este mensaje tan exigente.

Por otra parte, hemos escuchado de labios de Jesús que cuando dos o tres se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi padre del cielo. Por esto, hacemos mas fuerza ante Dios cuando las cosas las pedimos en común, cuando nos juntamos para pedir por algo o por alguien Dios tiene una mejor disposición a escucharnos que cuando se lo pedimos de forma individual. Y esta fuerza aumenta cuando nos juntamos para celebrar la Eucaristía de todos los domingos. Por eso hoy le pedimos al Señor que siga dándonos fuerzas, para comprender su menaje, que aunque nos parezca difícil de cumplir, no lo dejemos de lado.

Se lo pedimos al Señor, como siempre especialmente para nosotros, porque sabemos que no llegamos a lo que Jesús nos pide y lo hacemos al tiempo que pedimos por las personas que mas queremos, cada uno se acuerda de los suyos, por los que sufren, por los enfermos, por todos los que se sienten solos, por los que no son queridos ni por los de su propias familias.