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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (A)

Pantocrátor

MATEO 21, 28-32. En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, Señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis».


En el pasaje de la segunda lectura, el apóstol Pablo exhorta a los creyentes de Filipos (ciudad de la actual Grecia) a adoptar el ejemplo de Jesús en lo que dice relación a la manera de llevarse entre ellos.

San Pablo conocía perfectamente las comunidades que el había ido formando, sabía de sus virtudes y de sus defectos, es muy probable que Filipos fuera una comunidad donde las relaciones humanas no serían todo lo buenas que deberían ser. Todos sabemos que el orgullo, la soberbia y la búsqueda del propio interés sobre el de los demás, dificultan las buenas relaciones entre las personas y nos alejan las una de las otras. Cuando uno deja de ser el centro de interés de sí mismo, y es capaz de mirar hacia el otro, entonces está capacitado para unas relaciones interpersonales adecuadas. Por eso Pablo insiste en que no obren por envidia ni por ostentación, sino que se dejen guiar por la humildad; que no busquen el propio interés, sino el interés común; la unidad, o sea el llevarse bien con los otros, sólo se consigue cuando uno es capaz de salir de si mismo, y poner el interés de los demás, por lo menos al mismo nivel que los suyos. Buen consejo, este de San Pablo, que cada uno de nosotros hacemos hoy nuestro, y revisando nuestra vida vemos si necesitamos hacerlo realidad en nuestra relación con las personas que convivimos. Seguro que sí, pues suele ser este un pecado bastante común y corriente.

El evangelio vuelve a ser rico en contenido para meditar y reflexionar sobre el. Primeramente, llamar la atención sobre quienes son los interlocutores de Jesús, como hemos escuchado Jesús se dirige a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir a los representantes del judaísmo oficial, aquellos que mas sabían de las Escrituras, los que guiaban a los demás en la interpretación de las mismas, y los que en la mayoría de los casos se consideraban formando parte del pueblo escogido por Dios y por tanto de una categoría especial que los hacia diferentes a los demás y también superiores. Podemos entender ahora mejor, como sentaría a sus oídos, eso de que las prostitutas y los publícanos (o sea los que no eran judíos) les llevaban la delantera en el camino del Reino de Dios. Expresiones como esta, que aparecen más de una vez en los evangelios y alguna otra parecida fueron las que le darían a Jesús bastantes disgustos.

Pero Jesús, dijo esta frase hace veinte siglos, y si viniera ahora, ¿a quién se la diría?, de ser a alguien sería a los cristianos de siempre, o sea a nosotros, ¿nos echaría en cara Jesús que otros nos llevan la delantera en la construcción del Reino?, y ¿cómo nos sentaría?, aunque nos molestara, al principio, tendíamos que reconocer que nos la merecemos, que no somos todo los fieles que deberíamos ser a esa invitación permanente de Jesús de ser sus discípulos en este mundo nuestro. Lo profundo de la cuestión es que cuando soy capaz de reconocer que merezco esas palabras de Jesús, o sea cuando soy capaz de reconocer mis fallos, estoy haciendo lo que no supieron hacer sus contemporáneos, ellos se consideraban los buenos y los privilegiados de Dios y no lo eran; nosotros cuando por nuestros fallos, consideramos que no merecemos la amistad de nuestro Dios, es cuando verdaderamente la estamos mereciendo.

Este es el gran mensaje del evangelio de hoy: ante Dios mi actitud siempre debe ser la del publicano y no la de fariseo. Cuando viva esto comprenderé perfectamente aquel otro dicho de Jesús: “No he venido a salvar a los justos sino a los pecadores”. O sea a mí, a cada uno de nosotros.

Seños danos la humildad suficiente como para que desde nuestra situación de personas con limitaciones, seamos capaces de trabajar por superarnos y por ser mejores. O sea, que no nos conformemos solo con reconocerlo.

Se lo pedimos con sinceridad y con humildad al Señor, y lo hacemos al tiempo que seguimos recordando a las personas que queremos, cada uno piensa en los suyos, y los siente cercano, pedimos también por los enfermos y a los que sufren, a los que están solos, pedimos por ellos para que puedan encontrar a alguien que los conforte y ayude en su necesidad.


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