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Domingo XXX del Tiempo Ordinario (A)

El buen samaritano width=

MATEO 22, 34-40. En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.


El creyente, el hombre religioso, el hombre de fe, el cristiano sabe que una de sus aspiraciones es descubrir, llegar a conocer e intentar hacer la voluntad de Dios, lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. El trozo del libro del éxodo que hemos escuchado como primera lectura, nos revela ese intento del pueblo de Israel, de mostrar la voluntad de Dios a través de esa serie de preceptos que hemos escuchado: No oprimirás al forastero, no explotarás a viudas y huérfanos, no serás usurero con el pobre…parece como si la voluntad del Señor se descubriera oyendo el grito de los mas pobres, de los desvalidos, del indefenso, del que nadie escucha. Es esta una buena lección del libro de Éxodo, que debemos intentar hacer realidad, y no olvidar nunca en nuestra vida de hombres y mujeres de fe.

Si el domingo pasado Jesús pasaba por encima de la malintencionada pregunta que le hacían sus paisanos sobre la necesidad de pagar impuestos o no y aprovechaba la ocasión para hacernos reflexionar sobre la necesidad de dar a Dios lo que es de Dios, hoy tiene que enfrentarse de nuevo a otra cuestión, sobre la que su respuesta, cualquiera que fuera también podría a acarrearle algún que otro problema.

Jesús en el evangelio se encuentra ante la pregunta de los fariseos que era sin duda una cuestión difícil, pues le piden a Jesús que escoja entre los miles de preceptos que tenía Ley judía, y escoja el más importante de ellos. La intención era comprometerlo una vez mas, pensemos que para el judío no había un precepto más importante que otro, y elegir uno en detrimento de otros, era despreciar la ley entera, y vivían angustiados por el cumplimiento de los mismos, por tanto la pregunta tenía un trasfondo muy importante. Pero Jesús responde con la seguridad y la firmeza que solía, le preguntan por un mandamiento, pues el va y responde con dos. Y además establece la similitud de importancia del segundo con el primero. Amar a Dios y amar al prójimo: ésta es la prioridad de la Ley de Dios. El amor a Dios se visualiza y se concreta en el amor al prójimo. Un mismo amor en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo. San Agustín lo entendió perfectamente cuando dijo aquella frase “Ama y haz lo que quieras”. Queda descartada completamente la posibilidad de amar a Dios sin amar a los hermanos. Más bien, el amor a Dios queda expresado y manifestado en amar lo que Dios mas ama, lo que Dios mas quiere, a las personas. La medida del amor a los demás, es el amor que Jesús demostró, y El lo hizo dando la vida por todos.

Jesús con su respuesta puso las cosas en su sitio. Los preceptos humanos deducidos de la ley, pueden perder su validez cuando el único sentido se pone en cumplirlos. Y esto nos libera de la trampa de creernos salvados y satisfechos por nuestra mero cumplimiento. Nos libera de la tentación de creer en un Dios que lleva cuentas sumando y restando, premiando y castigando, como si fuera una caja registradora. Sólo el amor es la auténtica ley. En el amor a Dios y al prójimo se resumen la ley entera y los profetas. Esta es la novedad del mensaje de Jesús.

Queda también superada la excusa de que el amor a Dios es difícil de concretar porque no lo podemos ver; Jesús pone ante nosotros a las personas concretas, a esas personas que conocemos con sus nombres y apellidos y nos dice que si decimos que lo amamos a él, debemos amar también a esos prójimos que tenemos todos los días con nosotros. Si queremos sentir a Dios tan cerca de nosotros, que casi nos roce al pasar a nuestro lado, hagamos un esfuerzo para verlo en aquellos que viven junto a nosotros y se sientan a nuestro lado y ese amor demostrémoslo con gestos y con acciones concretas que nos acerquen a ellos.

Le pedimos en este domingo al Señor que nos ayude a descubrir lo que él quiere de cada uno, que seguro que es lo mejor. Esto nos hace aumentar nuestras dosis de compromiso a la hora de amar a las personas que viven junto a nosotros, porque ellas son el reflejo del rostro de Dios, y si no las amo a ellas no puedo decir que ame a Dios. Se lo pedimos al Señor al tiempo que seguimos recordando a los enfermos y a todos los que sufren, a los que están solos, a los que no tienen a nadie que los quiera.