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Santísima Trinidad (A)

Santísima Trinidad

JUAN 3, 16-18. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.


El ser humano, el hombre como especie, tiene una tendencia natural a buscar a Dios, a buscar a alguien que exista por encima de él, las distintas religiones son una muestra de ello, de una u otra forma esa tendencia natural hacia lo sagrado se ha manifestado desde que el hombre es hombre, desde que la especie humana comenzó a pensar y comenzó a hablar.

Esta inclinación hacia lo divino podrá tratar de explicarse de muchas maneras, es algo que han hecho las distintas corrientes filosóficas y antropológicas a lo largo de la historia, existen muchos tratados y libros que reflexionan sobre este tema de un modo serio y profundo. Todas las teorías filosóficas tienen su apartado dedicado a intentar aportar algo de luz sobre la cuestión.

¿Por qué decimos esto, por qué hemos empezado así?, porque hoy celebramos el domingo de la Trinidad y hablar de la Trinidad es hablar de Dios, mejor del misterio de Dios. Es tanto como intentar definir o comprender el ser de Dios. Nuestro pensamiento, nuestro lenguaje, nuestra capacidad de comprensión se ven pequeñas, imperfectas y limitadas. No pueden abarcar lo que las supera con tan gran distancia. Por tanto, no podemos encerrar el ser de Dios ni en nuestro lenguaje, ni en nuestra comprensión. Dios es siempre mucho más de lo que nosotros podemos comprender de Él, mucho más de lo que podemos decir. El ser de Dios nos supera por que Él es el Hacedor y nosotros sus criaturas. Nos obstante, a pesar de todo esto, los cristianos podemos decir, y tenemos que sentirnos orgullosos de ello, que sabemos cosas de Dios, no porque nosotros lo hayamos descubierto con nuestra sabiduría e inteligencia, con nuestra reflexión profunda, sino solo porque Él se nos ha querido dar a conocer, y lo ha hecho por propia iniciativa, porque ha querido, buscando una relación de amor con nosotros. Y esto, como decimos en nuestro lenguaje coloquial, son palabras mayores, como queriendo decir que es una cosa seria, y que la mayoría de las veces se nos escapa. O sea, que ese Dios misterio, los cristianos lo creemos tan cercano que nace entre nosotros, vive con nosotros y muere por nosotros.

La revelación del Dios de Jesús no se ha hecho de forma repentina, sino que se ha dado a conocer de una forma progresiva a lo largo de la historia de los hombres. Es el Dios de Jesús el que se manifiesta como Padre, como Padre amoroso, que nos quiere, nos conoce y nos espera. Es el Dios de Jesús el que se manifiesta como Hijo, que se hace uno de nosotros, comparte todo lo nuestro, y entrega su vida por amor para darnos ejemplo. Y es el Dios de Jesús el que se manifiesta como Espíritu que acompaña a la Iglesia, la impulsa y la fortalece en la dificultad. Sin embargo a todo lo anterior, las tres personas de Dios no actúan por separado las unas de las otras. En cada acción de Dios están el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Pero, volvamos de nuevo sobre lo esencial de esta realidad, de este misterio de nuestra fe, ¿por qué Dios, siendo Uno y Trino, se ha tomado tantas molestias por nosotros?, ¿por qué nos ha creado?, ¿por qué se nos ha dado a conocer? ¿Será que nos necesita para algo? Dios no nos busca porque o para que podamos servirle. No nos busca para sacar algo de nosotros. Nos busca solo porque nos ama. El amor que Dios nos tiene no depende en ningún momento de la correspondencia de nosotros hacia Él. Aunque nosotros lo rechacemos, aunque nosotros lo neguemos, Él nos seguirá amando, no retirará ni una pizca de su gran Amor. Y esto es una gran noticia para nosotros, su amor está por encima de nuestros fracasos. El Dios cristiano, no es una idea carente de realidad objetiva, es un Dios personal.

En este Domingo de la Santísima Trinidad, en el que nos sentimos queridos por este Dios Trino, pedimos de nuevo por los que estamos aquí reunidos en la celebración dominical, y recordamos especialmente a los que están enfermos, a los que sufren, a los que están en la cárcel, a los que no tienen ni lo imprescindible, a los que le falta incluso el amor, o no lo sienten ni si quiera en sus propias familias.