Santísima Trinidad (B)
MATEO 28, 16-20. En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Los estudiosos de la conducta humana nos hablan de que existe en el hombre un deseo de buscar a Dios, lo desconocido, el totalmente otro. Las distintas religiones son una muestra de ello, de una u otra forma esa tendencia natural hacia lo sagrado se ha manifestado desde que el hombre es hombre. Se podrá discutir el ¿cómo? o el ¿por qué?, pero lo cierto es que existe. Los cristianos, estando dentro de esta tendencia general, confesamos que en nuestra fe hay algo distinto. Ya no es que nosotros intentemos conocer a Dios como buenamente podamos, sino que Dios mismo ha tomado la iniciativa y se nos ha dado a conocer, habida cuenta de nuestra radical incapacidad para llegar hasta Él. Y lo ha hecho por medio de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de su trato con la gente, de su dedicación al Reino, de su muerte y de su resurrección. Gracias a Jesús hemos conocido de cerca de ese Dios, y podemos establecer con Él un trato personal, algo no sólo impensable, sino escandaloso para otras religiones.
La Iglesia nos presenta en este domingo la fiesta de la Trinidad, ese profundo misterio asumido solamente desde la fe, no hay otro camino: tres personas distintas y un solo Dios. Cada vez que nos reunimos el Día del Señor para celebrar la Eucaristía, celebramos el acontecimiento pascual, que no es otro que la muerte y resurrección de Cristo que nos ha salvado. Celebramos también el amor de Dios que nos quiere y da su vida por nosotros; un amor que hoy miramos desde una perspectiva distinta, la trinitaria. Jesús nos revela el misterio de Dios, el rostro de Dios, nos acerca a Él, y nos dice:
– Que Dios es, antes que nada y por encima de todo, Padre; o mejor dicho, que esa es la actitud que Dios tiene con toda la humanidad: la de ser Padre amoroso. El dilos juez, castigador, lejano… ha desaparecido. Ahora, en lugar de eso hay un Padre, algo que nosotros ni nos imaginábamos. Un Dios que dice de sí mismo “aunque tu padre y tu madre te abandonaran, yo no te abandonaré jamás”. Esta es la primera perspectiva desde la que hoy podemos mirar al Dios que nos ama. A lo largo del año litúrgico, en las lecturas dominicales, hemos tenido muchas ocasiones de comprobarlo.
– Pero ese Dios amor, no es un Dios que ha decidido quedarse en el cielo, nos ama tanto que ha decidido hacerse cercano y dejarnos pronunciar su nombre JESÚS, nos ha dejado ver su rostro, el de Jesús de Nazaret. Es el Dios hecho hijo que da su vida por todos y cada uno de nosotros. Es el Dios que ha acortado tanto la distancia con nosotros que se ha hecho uno de los nuestros, es un Hijo hecho hombre que nos indica el camino para llegar a la verdad, a la libertad y a la vida.
– Y ese Dios sigue amándonos que decide entregarnos su propio espíritu, su propio aliento para que viviera en nuestros corazones. Porque los hombres somos pequeños, pobres y débiles, y necesitamos una buena ayuda para ponernos a trabajar y dar la talla de lo que Dios espera de nosotros; y esa ayuda nos la da el mismo Dios siendo para nosotros el Espíritu Santo que nos anima, nos guía y nos ayuda a descubrir la voluntad de Dios y a vivir de acuerdo con ella.
Podríamos discutir largo tiempo sobre lo poco o lo mucho que sabemos de la Trinidad. Más bien poco. Lo importante es que Dios se preocupa de nosotros y de todo lo nuestro, que el Padre se va revelando a los hombres, interesado y preocupado por nuestros problemas, que el Hijo se hizo hombre y predicó el Reino de Dios, y que el Espíritu deja sentir su fuerza en el corazón de quienes se abren a Dios con confianza.
La Trinidad no es una teoría compleja, sino la revelación del misterio de Dios, para que nos sepamos amados, acompañados y guiados… para que nos sepamos llamados a la vida… y para que nos sepamos hijos y hermanos de todos.
En este Domingo de la Santísima Trinidad, en el que nos sentimos queridos por este Dios Trino, revisamos de nuevo cómo nos queremos entre nosotros, cómo hacemos realidad ese amor que Dios nos tiene. Pedimos de nuevo por los que estamos aquí reunidos en la celebración dominical, y recordamos especialmente a los que están enfermos, a los que sufren, a los que están solos.