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Vigilia Pascual

Resurrección

MARCOS 16, 1-7. En aquel tiempo, En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres. «Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».


En una noche como esta, en la que los símbolos de la celebración en la que estamos participando nos hablan de muchas paradojas (oscuridad, luz; sequedad, agua; pecado, limpieza) el evangelio, como conclusión de toda una historia de salvación que hemos recordado lectura tras lectura, nos lanza en el mensaje del ángel una simple frase que nos hace sentir la plena alegría de lo que hoy vivimos: Jesús, el que ha muerto, ya no está aquí. ¡Ha resucitado! Durante toda la Pascua que ahora inauguramos haremos multitud de explicaciones de lo que esto significa para nosotros. Es más: las haremos siempre, pues es nada menos que el centro de nuestra fe. Pero en esta noche santa, dejemos que la frase del ángel resuene en nosotros.

¿Buscáis a Jesús, el crucificado? Sí, le buscamos. Le buscamos en cientos de ocasiones en nuestra vida en las que nos empeñamos en descubrirle en tantos y tantos crucificados como vemos a nuestro alrededor. Vemos su rostro sangrante en las magulladuras de aquellos que por amor soportan los golpes de quien con ellos viven sin mostrar un poco de humanidad. Vemos sus rostro hambriento cada vez que ponemos la televisión y nos muestra realidades ante las que nos sentimos desbordados. Lo vemos en los enfermos, en los que sufren, en los que están solos. Lo vemos a diario. Buscamos a Jesús, que sigue muriendo cada día aquí y ahora, a nuestro lado. Por eso el anuncio del ángel, nos abre la puerta a la esperanza, su grito: ¡ha resucitado! es una llamada a no quedarnos parados ante la muerte, es una invitación a que podemos descubrir a ese Jesús que vive y nos anima a mantenernos firmes; a darnos cuenta de que nuestro esfuerzo llegará a dar fruto, y eso lo notamos cuando vemos a gente que todavía es capaz de hacer cosas por los demás, gente que es desprendida, que ayuda sin pedir nada a cambio, que da sin esperar recibir, gente que valora a las personas por encima de las cosas, que les importa más dar que tener y todo eso gracias a que Él sigue con nosotros, nos alienta y nos anima. ¡No está aquí ha resucitado! ¡Aleluya!

De poco serviría la gozosa contemplación de la resurrección de Jesús, si nosotros, peregrinos aún en el tiempo, no renovásemos nuestra existencia. Ahora conocemos el amor que Dios nos tiene; sabemos ya para qué nos regaló la vida y cuál es nuestra misión en el mundo. En esta noche santa renovemos con gozo nuestro bautismo, que fue el momento inicial de nuestro ser cristiano, el momento en el que entramos a formar parte de la Iglesia de Jesús. Aquello que hicieron nuestros padres por nosotros, en esta noche santa, queremos repetirlo nosotros profesando nuestra fe como adultos, conscientes de nuestro compromiso cristiano y con ganas de cumplirlo con la ayuda del Señor.

Esta noche, también es el momento de mirarnos a nosotros mismos y ser capaces de ver por el suelo nuestras vendas y nuestros sudarios; restos que indican lo que aún nos tenía atados a la muerte: nuestros viejos hábitos, nuestras malas actitudes, nuestros tremendos egoísmos e incredulidades… es el momento de dejar atrás esas ataduras y de salir fuera de nuestro sepulcro y vivir resucitados, hombres y mujeres nuevos, capaces de andar por la vida de otra manera, cargados de fe, llenos de esperanza, libres de pecado y nuevos cristos que vayamos anunciando a todos que Dios nos ama e invitando a los demás a participar de esta resurrección.

Comenzamos la celebración con las luces apagadas, sin luz, inmersos en la oscuridad, porque así nos encontrábamos ante la ausencia de Jesús, pero en medio de esa noche si hizo la luz, se hizo la luz con la buena noticia de la resurrección. Tenemos que saber encontrarnos con ese Jesús vivo y resucitado, tenemos que saber descubrirlo, tenemos que atrevernos a buscarlo donde realmente se encuentra, para aclarar nuestras oscuridades y nuestras dudas, para hacernos unas personas nuevas.

La Resurrección nos da fuerzas para seguir pidiendo los unos por los otros, nos acerca más los unos a los otros, derribando muros y fronteras que nos dividen y que hacen que no seamos hermanos. Con la alegría de la resurrección por bandera nos disponemos a cambiar aquello de nuestra vida que es necesario cambiar. Se lo pedimos al Señor.