San Blas
Blas, se reveló en su misión como un obispo modélico. Fue un magnífico educador, moderador y acompañante de la comunidad de fieles cristianos que le tocó dirigir. Deseoso de afianzarse, se retiraba con frecuencia a una cueva en el monte Arceo, para orar en la soledad al Señor. Algunas personas cercanas a él llegaron a constituir un pequeño grupo de ermitaños y oraban junto con él.
En el año 315, el emperador de Oriente Licinio, desató una cruel persecución contra los cristianos. La región donde vivía San Blas fue la que sufrió mayor violencia, ya que allí se juntaban muchos cristianos para dedicarse a la contemplación al abrigo de las silenciosas montañas.
El gobernador, Agricolao, actuó con mucha crueldad y firmeza contra los cristianos. San Blas fue apresado en esta persecución. La gente se enteró. Una multitud salió al camino, por donde iban los soldados, para manifestar su apoyo al obispo de Sebaste. Por este tiempo, es cuando ocurre el milagro de espina, un niño moría asfixiado porque tenía clavada una espina en su garganta, su madre se lo presenta a San Blas, este ora al Señor y la espina sale de la garganta del muchacho y se curó del todo.
San Blas fue sometido a la prueba de ofrecer sacrificios a los ídolos. En vez de eso, aprovechó la ocasión para predicar el Evangelio al gobernador y a su corte. Fue apaleado cruelmente, pero su cuerpo resistió. A la vista de esto lo encarcelaron. El testimonio de su fe y los signos que Dios obraba a través de él, provocaban la conversión de muchos al cristianismo. El Señor siguió protegiéndolo, pero finalmente en el año 316 el Obispo Blas de Sebaste fue decapitado.
Más que las tradiciones, hemos de resaltar la lección de fortaleza y fidelidad que este Santo, pastor de la Iglesia y mártir de Cristo, nos da. “Nadie tiene amor mas grande que aquel que da la vida por sus amigos”. San Blas demostró este amor a Jesús hasta el final.